viernes, 28 de febrero de 2014

El joven trovador



Durante mucho tiempo pensé que mi vida no merecía ser contada, debido a la falta de intensidad y aventuras, pero todo eso cambió un buen día, cuando un grupo de trovadores consiguieron infiltrarse a través de las férreas murallas que nos rodeaban.
Mi mundo se reducía a la escasa extensión de tierra que pertenecía a mi pequeña ciudad. Muchos pensaréis, si tan pequeña era, ¿por qué no tomé la iniciativa de explorar nuevos horizontes? Lo intenté, os juro que lo hice. Pero no sirvió de nada, pues el miedo se había apoderado de los corazones de mis vecinos, evitando soñar con cualquier contacto exterior. Os lo explicaré todo desde el principio.

Mi pueblo, valiéndose de un gran esfuerzo, construyó durante años una ciudad próspera, pacífica y hospitalaria. Acogía a todo aquel viajero que deseara pasar una noche arropado por el calor de una buena hoguera, bajo las suaves sábanas de una mullida cama. Cirio se convirtió en un destino más que deseado por todos, incluso por los grandes mandatarios del país, que preferían realizar allí sus reuniones importantes antes que hacerlo en cualquier ciudad vecina. Las sonrisas, los gritos de júbilo, las muestras de cariño y las bromas componían el decorado de nuestras calles cada día. Pero todo es efímero, tanto como nuestra propia vida.
Cuando soplé las velas de mi cuarto cumpleaños, un fuerte estruendo hizo temblar la mesa donde descansaba mi pastel, haciéndolo caer al suelo, donde quedó destrozado irremediablemente. Mis padres, al ver cómo las lágrimas desbordaban mis ojos, corrieron hacia la ventana para comprobar qué era lo que había provocado tal alboroto. Mi madre ahogó un grito al comprobar que un millar de soldados se habían infiltrado en la ciudad, destrozándolo todo a su paso y arrancando las vidas de aquellos que habían sonreído minutos antes. Nos estaban atacando. Esa era la realidad, por increíble que pareciera. No había ocurrido algo así en más de mil años y ahora todo aquello por lo que habíamos luchado se desmoronaba.
- Quédate con Clara. Yo tengo que averiguar lo que está pasando. – la voz de mi padre había cambiado de repente, ya no era tierna y dulce, ni estaba acompañada de una ligera sonrisa. La preocupación, el miedo y la desesperación la habían tornado seca, grave y triste.
- No, no vayas. No tienes por qué hacerlo. – le imploró mi madre con lágrimas en los ojos.
Mi padre posó sus manos sobre las mejillas de mi madre y la besó en la frente con una suavidad abrumadora.
- Nuestro pueblo me necesita y debo protegeros, es mi deber.
Mi madre agachó la cabeza y asintió lentamente.
- Pase lo que pase, no salgas de casa ni abras la puerta a nadie, ¿me has entendido? – mi padre temía que mi madre no lo obedeciera y se obcecara con la idea de seguirlo. Pero ella se limitó a asentir una vez más.
Fue entonces cuando mi padre se acercó a mí y limpió mis lágrimas con uno de sus pañuelos de seda que tanto me gustaban, porque llevaba impregnado su olor, a menta y canela.
- Ahora tienes que ser una niña obediente y hacer caso a mamá en todo lo que te diga, ¿de acuerdo? – su voz volvía a ser la misma de siempre, aunque mi corazón se encogía de miedo y no sabía por qué.
- Sí, papá. – contesté con mi voz de niña -. Pero no tardes en regresar, recuerda que mamá va a preparar tu cena favorita esta noche.
Mi padre asintió con una leve sonrisa y un brillo extraño en los ojos. Me besó en la frente y se alejó de mí sin volver a mirarme. Entró a su dormitorio y salió vestido con un atuendo muy extraño que detesté desde el primero momento en que lo vi. Además llevaba en la mano un objeto extraño, parecía un gran cuchillo muy afilado. ¿Para qué lo querría? Algún tiempo después lo comprendí todo con claridad.

Mi padre se marchó esa tarde y no regresó jamás. Mi madre hizo todo lo que él le había pedido y permanecimos ocultas en casa hasta que los fuertes ruidos del exterior desaparecieron. Cuando la calma volvió a reinar en Cirio, mi madre abrió la puerta con manos temblorosas y ambas descubrimos cómo había cambiado todo en unas pocas horas. El crepúsculo de la tarde tiñó el cielo de rojo y la sangre había sustituido a las flores en las calles de piedra de nuestra ciudad. Mi madre intentó taparme los ojos y ocultar aquello que tanto podía afectarme, pero era demasiado tarde. Esa imagen se quedó grabada en mi mente para siempre.
Todos aquellos que consiguieron salvarse ese día trabajaron hombro con hombro para devolver a Cirio su esplendor habitual. Construyeron en el cementerio un pequeño panteón en honor a aquellos que habían perdido la vida protegiéndonos a todos, incluyendo a mi padre.
A los pocos días, todo pareció volver a la normalidad, sin embargo llegó a nuestras casas una citación del gobernador. Debíamos reunirnos en la plaza de Cirio para escuchar un comunicado oficial. Mi madre permitió que yo estuviese presente. Nunca había visto al gobernador en persona y me intimidó su elevada estatura y su intensa mirada, que parecía traspasarte el corazón. Cuando comenzó a hablar di un respingo. Su voz era profunda, grave y muy potente.
- Querido pueblo, os he reunido hoy aquí debido a la tragedia que se ha cernido sobre nosotros. Hace unos cuantos días nos atacaron sin darnos un aviso previo. Tuvimos que hacer frente a la amenaza solos, sin la ayuda de nuestros vecinos, a los que acudí de inmediato. Nos ignoraron y ahora seremos nosotros los que olviden que existen. Cuando salga el sol comenzaré a construir una gran muralla que nos protegerá de todo peligro del exterior y evitará que vuelvan a atacarnos y a arrebatarnos a aquellos a los que amamos. Se establecerá una guardia en las puertas de la muralla que sólo dejará entrar las mercancías destinadas a abastecer nuestras necesidades. Nadie podrá entrar, pero tampoco nadie podrá salir. Somos perfectamente capaces de vivir y prosperar solos, resguardados bajo la protección de la muralla y sin el temor anidando nuestros corazones.
Nadie puso objeciones a lo que se dictaminó esa noche, porque el miedo aún se hospedaba en las almas de todos nosotros y el resentimiento por la falta de ayuda nos instaba a desear la destrucción de cualquier lazo con el exterior.
Al poco tiempo, una imponente muralla se alzó ante nuestros ojos y nos encerró en Cirio para siempre.
Jamás volvieron a atacarnos, la paz volvió a nuestra ciudad y las risas acaparaban las calles. Mi madre no derramó ni una sola lágrima por la muerte de mi padre, pero algo en ella se había roto irremediablemente. Su dulce voz cantarina que nos despertaba cada mañana había desaparecido, su sonrisa juguetona se había evaporado por arte de magia, su cabello perdió el brillo que iluminaba su rostro, sus ojos se apagaron sin ninguna explicación y sus movimientos se tornaron lentos, tristes y desganados. Cuando yo estaba delante, ella intentaba disimular todo esto, pero en los momentos en los que se creía sola, se dejaba llevar por la tristeza y el pesar.
Pasaron los años y nada cambió en Cirio. Yo paseaba por las calles observando siempre los mismos rostros, nadie entraba en la ciudad y, por supuesto, nadie salía. Cirio se convirtió en una prisión de la que no podía salir. En más de una ocasión le pedí a mi madre que me dejara viajar a una ciudad más grande para poder hacer aquello que conseguía llenar mi corazón: escribir historias.
- Jamás vuelvas a pedirme una cosa así. Nunca, Clara, nunca saldrás de aquí. Perdí a tu padre después de dejarlo marchar y no volveré a cometer el mismo error. – esa era siempre su respuesta y yo carecía de argumentos para rebatirla.
Así que me resigné a vivir rodeada de esa muralla que no me dejaba ver más allá de mi pequeña ciudad, creando historias de mundos desconocidos para mí, sin posibilidad de que nadie se interesara por ellas. Mi madre me animaba a conocer chicos que pudieran interesarme para establecer una relación romántica, pero mi corazón aún no estaba preparado para algo así, eran otros anhelos los que ocupaban todo mi tiempo. Incluso cuando ayudaba a mi madre en sus labores de costura, que era a lo que se dedicaba, yo no podía dejar de pensar en el mundo que se alzaba detrás de esa muralla que yo no podía cruzar.
Una mañana, mientras terminaba de coser el bajo de un vestido que habían entregado el día anterior, un tremendo alboroto me hizo perder la aguja en el suelo. Mi madre comenzó a temblar violentamente, reviviendo el miedo que había sentido el día que atacaron Cirio. Yo dejé el vestido en la mesa y me dirigí a la ventana para averiguar lo que estaba pasando.
- Clara… - me estremecí al sentir el miedo que impregnaba la voz de mi pobre madre.
Yo la tranquilicé con un gesto de mi mano y observé el exterior. Nadie nos estaba atacando ese día, pero un grupo de personas desconocidas habían entrado en el pueblo misteriosamente. Paseaban por las calles subidos a una extraña carreta pintada de vivos colores: verde, azul, rojo y amarillo. Tocaban instrumentos que no había visto en mi vida pero que desprendían una música maravillosa. Algunos de ellos caminaban delante de la carreta cantando con voces melodiosas.
- Mamá, tienes que ver esto.
Con paso tembloroso, mi madre se acercó a mí y descubrió aquel jolgorio que iluminaba los rostros de mis vecinos. Corrí hacia la puerta y salí al exterior. Fue en ese momento cuando la música cesó y uno de ellos comenzó a hablar:
- Queridos lugartenientes, tengo el honor de anunciaros que esta noche tenéis una cita alrededor de la hoguera para escuchar maravillosas historias que os harán volar a mundos desconocidos que ni siquiera os podéis imaginar.
La gente gritaba de júbilo y hablaban entre ellos sin comprender muy bien lo que estaba ocurriendo, pero como ningún guardia apareció para arrestar a toda esa gente, decidieron que sería una muy buena idea hacer lo que les pedían.
Mi corazón parecía latir desbocado. Contar historias… esa gente se dedicaba a contar historias. No podía creérmelo. Le pedí a mi madre que acudiésemos esa noche a la cita, pero ella no parecía demasiado entusiasmada. Así que finalmente fui yo la que me senté alrededor de la hoguera esa noche, junto con un buen número de habitantes que esperaban entusiasmados el comienzo del espectáculo.
No tuvimos que esperar demasiado. Al poco rato, una música suave invadió toda la plaza y un hombre vestido con ropas de muchos colores comenzó a caminar alrededor de la hoguera mientras recitaba unos maravillosos versos que nos hicieron viajar a mundos imaginarios en los que sus protagonistas vivían maravillosas aventuras, acompañadas de intensos romances y luchas sangrientas. Cuando terminó su historia, todos lo aplaudimos entusiasmados. Las voces se apagaron al ver entrar a un joven que vestía las mismas ropas que el anterior trovador. Parecía no ser mucho mayor que yo. Sus ojos brillaban con intensidad debido al crepitar del fuego y su cabello parecía rojo como la sangre. Nos miró con una intensidad que nos dejó sin aliento y comenzó a recitar su historia. Fue maravilloso. Su voz nos transportó más allá de nuestra imaginación, haciéndonos partícipes de su aventura, incluso haciéndonos creer que éramos los protagonistas. La ovación que recibió ese joven trovador fue ensordecedora y él la agradeció con una inclinación de cabeza. Se marchó y dejó paso a un nuevo compañero, pero yo no podía quedarme sentada. Algo en mi interior me gritaba que debía seguir a ese muchacho y averiguar cómo era posible que alguien tan joven tuviese la capacidad de narrar de esa forma.
Lo encontré a unos veinte pasos de la hoguera, dónde habían instalado su carreta. Estaba rodeado de algunos de sus compañeros con los que compartía su reciente experiencia. Me acerqué con cuidado. No fue hasta que estuve a pocos pasos de ellos cuando una mujer de rostro arrugado se percató de mi presencia.
- ¿Deseas algo? – me preguntó con melodiosa voz.
Todos me miraron expectantes, incluso el joven trovador.
- Me gustaría hablar con él, si eso fuese posible. – contesté señalando al aludido.
La mujer sonrió débilmente y miró al joven.
- Si a Marco no le importa, no veo por qué deba importarme a mí.
Él se encogió de hombros y se acercó a mí.
- Ven conmigo. – me dijo mientras me conducía a una calle un poco más alejada del tumulto de la plaza -. ¿Qué deseas?
- Quería saber cómo habéis entrado en Cirio. Hace años que el gobernador no permite la entrada a nadie, tan solo entra la mercancía que necesitamos para vivir. – dije casi en un susurro.
Marco sonrió y pude comprobar que sus ojos brillaban con intensidad a pesar de que las llamas de la hoguera ya no se reflejaban en ellos.
- Con el poder de las palabras, no te puedes imaginar lo poderosas que son. – contestó -. Esta ciudad es conocida en todo el mundo por permanecer aislada de todo y nosotros nos propusimos el reto de cruzar la muralla para dar a sus habitantes un poco de alegría.
- ¿Estás diciéndome que no somos más que una apuesta? – pregunté un poco molesta.
- Algo así. Sin embargo ahora sé que lo que empezó siendo una apuesta se ha convertido en un milagro.
- ¿A qué te refieres?
- Has tenido que darte cuenta tú también. Fíjate en los rostros de tus vecinos. – me pidió señalando hacia la hoguera que brillaba un poco más lejos -. Sus ojos han recuperado el brillo que no tenían cuando entramos esta mañana, sus sonrisas han despertado la alegría que permanecía oculta en sus almas. El miedo ha sido reemplazado por la esperanza, los sueños y los deseos.
Tenía razón. Mis ojos eran testigos del cambio que la llegada de esos trovadores había provocado en mi pueblo, y en mí misma. En mi interior podía sentir cómo la llama de la esperanza había inundado todo mi ser.
- ¿Cómo es posible que un muchacho de tu edad sea capaz de contar esas historias? Es imposible que hayas vivido tantas aventuras para inspirarlas. – le pregunté mirándolo a los ojos.
- Se trata de magia. – me contestó.
- ¿Magia? No soy estúpida, sé que la magia no…
- ¿No existe? – me interrumpió -. ¿Cómo puedes saberlo? No has visto más mundo que esta pequeña ciudad, por lo tanto desconoces aquello que ilumina el mundo. Son mis sueños los que dotan a mi imaginación de estas historias, sin ellos estoy perdido. Pero para soñar debes creer, pues el escepticismo trae consigo la oscuridad y esa oscuridad destroza cualquier atisbo de imaginación.
- ¿Qué me estás queriendo decir?
- Que si quieres ver magia con tus propios ojos debes creer que existe y luego luchar para encontrarla.
Permanecí en silencio durante un buen rato, pensando en todo lo que Marco me había dicho. Jamás había oído hablar de algo así. Mis historias no iban más allá de mi propia realidad y pensar que algo que parecía fantástico fuese real me producía una inquietud difícil de descifrar.
- No puedo salir de Cirio, lo he intentado varias veces y es imposible. – le respondí con tristeza.
- Confía en ti misma y lo conseguirás. – Marco se acercó a mí y estampó un suave beso en mi mejilla.
Entonces se alejó de allí con una hermosa sonrisa en su rostro. Me marché a casa pensando en todo lo que me había dicho, en la posibilidad de que la magia fuese real y en todas las cosas que podría descubrir si cruzaba esas duras murallas que me separaban del mundo.
Al día siguiente busqué a Marco pero ya se había marchado junto con los demás. Albergué la esperanza de que regresaran algún día, pero pasaron varios años y nunca volvieron. Fue entonces cuando tomé una decisión: me marcharía de Cirio, aunque para hacerlo tuviese que enfrentarme al mismísimo gobernador.