martes, 31 de diciembre de 2013

Los amantes del árbol



Cuenta una antigua leyenda la historia de una joven princesa que siempre soñó con ver más allá de lo que le permitían. Vivía en un hermoso castillo apartado de toda civilización, acompañada tan solo de sus padres y los criados destinados a satisfacer todos sus deseos. Cualquier joven del pueblo desearía poseer aquello que Lasaralem tenía, sin embargo, en el corazón de la princesa reinaba un vacío que oscurecía cada uno de sus días. Perdió a su madre cuando tenía tan solo cinco años, una tragedia que apagó cualquier atisbo de felicidad que pudiese reinar en el castillo. Su padre la protegía mucho, quizás demasiado, movido por el temor de que le sucediera lo mismo que se llevó a su esposa. Por eso no le permitía salir del castillo bajo ningún concepto.
Un día, Lasaralem no pudo aguantar más estar rodeada de esas paredes de piedra que le helaban el alma y decidió escapar al mundo exterior montada en uno de los caballos que su padre guardaba en el establo. Aprovechó las primeras horas de sol, cuando el castillo aún dormía, para evitar ser descubierta por alguien. Cabalgó a galope tendido para descubrir el mundo que la rodeaba y que había permanecido oculto durante tantos años. Sentir cómo la brisa golpeaba su rostro y hacía bailar su cabello le provocó una sensación de libertad que nunca creyó sentir.
Después de varias horas de camino, detuvo a su montura y se recostó bajo la copa de un gran árbol que se alzaba orgulloso en mitad de un prado. A través de sus ramas se filtraba la cálida luz del sol, provocándole una calidez que la adormeció de inmediato. Mientras dormía, otro caballo se acercó sigiloso. Un apuesto jinete se apeó y observó a la joven que dormía tranquilamente. Maravillado por su belleza, permaneció a su lado durante largo rato. La joven abrió los ojos y se levantó de un salto al ver a un desconocido junto a ella.
- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – preguntó asustada.
- No temas. – intentó tranquilizarla el joven -. No voy a hacer daño. Pasaba por aquí y quería asegurarme de que estabas bien.
- Pues estoy perfectamente. – inquirió Lasaralem molesta.
El joven sonrió y le tendió su mano.
- Soy el príncipe Gilthian. Y tú eres...
Lasaralem miró la mano del príncipe desconcertada. No podía decirle quién era, porque si revelaba su identidad su padre descubriría que había escapado y no volvería a salir del castillo jamás.
- Soy...soy una doncella del castillo que hay en aquella colina. - mintió la princesa señalando hacia su castillo.
- ¿Y puedo saber qué hace una doncella sola en medio del campo? ¿No deberíais estar trabajando para vuestra señora? - preguntó suspicaz el príncipe.
- Mi señora me ha enviado a hacer un recado y debo volver ya. - antes de que Lasaralem pudiera acercase a su caballo para marcharse, el príncipe la cogió del brazo.
- Espera, no te marches aún.
Lasaralem sintió cómo esos ojos verdes se clavaban en su corazón, que comenzó a latir con mucha fuerza.
- Lo siento, debo regresar ya. Deben estar preocupados por mí.
- ¿Podré verte otro día? – preguntó el príncipe esperanzado.

Lasaralem se encogió de hombros.
- Para mí no es fácil salir del castillo, no creo que nuestros caminos puedan volver a cruzarse. – dicho esto, Lasaralem montó en su caballo y se alejó de allí lo más deprisa que pudo.
El príncipe la vio alejarse, no podía desviar la mirada de la muchacha. Sentía cómo su corazón latía apresuradamente, deseaba volver a ver a esa mujer y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo.

Lasaralem consiguió llegar hasta su habitación sin que nadie se percatase de que se había marchado. Sin embargo, cuando cruzó la puerta de su estancia, una furiosa doncella la estaba esperando.
- ¿Se puede saber dónde has estado? – le preguntó con un hilo de voz.
- Anna, lo siento mucho. – Lasaralem no podía mentir a la mujer que había sido una madre para ella.
- Has salido del castillo, ¿no es así?
- Necesitaba hacerlo, no podía aguantar ni un minuto más estar rodeada de esta fría piedra.
Anna suspiró con fuerza y se acercó a la princesa. Lasaralem pensó que la golpearía para castigarla, por eso abrió mucho los ojos cuando Anna la abrazó con fuerza.
- Mi pobre niña.
- Anna – dijo Lasaralem en un susurro -. He conocido a un hombre ahí fuera y en mi corazón siento algo desconocido para mí.
Rompieron su abrazo y Anna la miró con lágrimas en los ojos.
- Toda joven necesita vivir el primer amor con intensidad y no voy a permitir que nadie te arrebate eso, ni siquiera tu propio padre.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Lasaralem confundida.
Anna le contó cómo ella vivió su primer amor y lo dejó escapar movida por otros intereses que, al final, la condujeron hacia la soledad más absoluta. Le habló del amor y de cómo cambia tu vida cuando conoces a alguien que enciende una cálida llama en el fondo de tu corazón.
- Si deseas volver a verlo, yo te ayudaré a escapar del castillo cada mañana. – le propuso su doncella.
- No puedo hacerlo, ni siquiera sé dónde encontrarlo.
- Vuelve al lugar dónde lo has conocido, si lo encuentras es que él siente lo mismo que tú, si no, entonces sabrás que no merece la pena.
Así lo hizo. Lasaralem salió al amanecer del castillo y cabalgó hacia aquel árbol, con la seguridad de que no encontraría a nadie allí. Cuál fue su sorpresa cuando llegó y vio al príncipe Gilthian recostado en el tronco del árbol, con la vista clavada en el sendero. Lasaralem pudo ver que en su rostro bailaba una hermosa sonrisa.
- Has vuelto. – dijo él.
- Así es.
Ambos se acomodaron bajo el árbol y hablaron durante horas. Cuando el mediodía se cernió sobre ellos, Lasaralem volvió al castillo con la promesa de volver al día siguiente.
Pasaron los días y Lasaralem comenzó a sentir emociones que habían permanecido ocultas en lo más hondo de su ser. Ahora estaba desbordada y no podía dejar de pensar en ese joven que las había despertado. Nunca tuvo el valor suficiente para confesarle quién era en realidad por miedo a que su mentira provocara que desapareciera para siempre, por eso él pensaba que su nombre era Anna. Gilthian le confesó un día que su hogar estaba lejos de allí, pero su padre se encontraba en negociaciones con el rey de esa zona, por eso se alojaba en un pequeño castillo cerca del pueblo. Lasaralem se dio cuenta de que ese rey era su propio padre.
- Anna, ¿quieres casarte conmigo? – le preguntó Gilthian.
Ella pensó que su corazón saldría disparado de su pecho. Quería decirle que sí, era lo que más deseaba en el mundo, pero para ello necesitaría el consentimiento de su padre y no tendría otra opción que contarle la verdad.
Al ver su desconcierto, Gilthian le preguntó:
- ¿No quieres casarte conmigo?
- No es eso. Claro que quiero casarme contigo. Es algo más complicado.
- ¿Qué ocurre?
- Te he mentido, Gilthian. Mi nombre no es Anna, sino Lasaralem. Soy la princesa de este reino. – le confesó.
El príncipe permaneció en silencio durante largo rato. Lasaralem estaba segura de que le reprocharía el haberle mentido y se arrepentiría de su propuesta.
- Estoy enamorado de ti, te llames Anna o Lasaralem. No me importa quién seas.
La princesa sintió que aquello que aprisionaba su corazón desaparecía. Ahora sabía que de nada le había servido mentir, pues el amor va más allá de cualquier apariencia. Ella le prometió que hablaría con su padre para que él pudiese pedir su mano.
Lasaralem se armó de valor y se encaminó hacia su castillo para enfrentarse a su padre. Esperaba que él pudiera entender que lo ella sentía era real y que necesitaba ser feliz. El rey estaba reunido ese día, así que no tuvo más remedio que esperar. Cuando por fin se quedaron a solas, se acercó a él. Al verla, el rey se levantó de su trono.
- Me alegra verte, hija mía. Tengo algo que decirte.
- Dime, padre.
- Un orgulloso rey nos ha declarado la guerra por el simple hecho de haberle negado la venta de unas tierras que son nuestras. Esas tierras han pertenecido a la familia de tu madre durante décadas y, tras su muerte, tú las heredaste. No voy a permitir que nadie te las quite, es por ello que mañana tendré que ir a batalla. Pero no temas, somos superiores en número, estoy seguro de que saldremos victoriosos.
Lasaralem sabía que ese no era el mejor momento para hablarle a su padre de un posible compromiso, así que decidió esperar hasta después de la batalla.
A la mañana siguiente, los soldados se marcharon comandados por su rey al campo de batalla. Lasaralem pidió a su madre que los protegiese y que permitiese que su padre llegase a casa sano y salvo. Anna le hizo compañía durante todo el día. Cuando cayó el sol, los soldados victoriosos llegaron al castillo y celebraron una gran fiesta por la victoria.
Cuando todos estuvieron sentados en la mesa, el rey dio un discurso. Lasaralem lo escuchó con atención, pero cuando llegó a la parte en que narraba la batalla desvió su atención hacia otro asunto. Pero algo la hizo regresar al presente, su corazón dio un vuelco cuando su padre dijo:
- Luché con él en un duelo cuerpo a cuerpo, sólo uno de los dos saldría victorioso. O ese chico era demasiado cobarde o era estúpido, yo le lanzaba estocadas y le daba la oportunidad para que me golpeara, pero lo único que hacía era defenderse, jamás me atacó. Lo dejé herido de muerte, pero no lo maté, aunque pienso que debe de estar muerto a estas horas. Ese príncipe era un debilucho como su padre.
- ¿Cuál era el nombre de ese príncipe, padre? - preguntó Lasaralem muy nerviosa.
- ¿Qué importa eso ahora?
- Es Gilthian, mi señora. – contestó uno de los soldados.
Lasaralem sintió por un momento que su corazón dejaba de latir. El hombre que amaba y con el que iba a casarse se debatía entre la vida y la muerte, y todo por culpa de su padre. Sin pensárselo dos veces, salió del salón, corrió hacia el establo y cabalgó sin descanso hasta que llegó al castillo de su amado. Consiguió entrar sin problemas, ya que no había guardias apostados en la entrada, todos estaban pendientes de la vida del príncipe. Encontró su habitación y entró de inmediato. Allí estaba, en su lecho de muerte. Todos se apartaron cuando la vieron acercarse. Gilthian la miró y sonrió:
- Lo siento, mi amor. No voy a poder casarme contigo, voy a un lugar a dónde no puedes seguirme.
- Perdona a mi padre por haberte hecho esto. - dijo Lasaralem sin poder dejar de llorar.
- Supe que era tu padre en el momento en que vi sus ojos, eran iguales a los tuyos. No quise hacerle daño, por eso no lo ataqué, pero él no sabía quién era yo, es por eso que no le guardo ningún rencor, no es culpable de nada, sólo cumplió con su deber.
- No puedo dejar que te vayas, Gilthian. No lo voy a permitir.
El príncipe acarició el rostro de la joven.
- No podemos hacer nada para evitarlo, pero quiero que sepas que siempre estaré contigo. No lo olvides.
Lasaralem lo abrazó llorando amargamente. Con las últimas fuerzas que le quedaban, Gilthian se incorporó y besó a la princesa.
- Te quiero, Lasaralem, y te querré siempre. - dijo Gilthian antes de caer en un sueño eterno.
Todos lloraron la pérdida del noble príncipe. Le dieron una sepultura digna de un rey. Lasaralem lo acompañó durante todo el funeral. Después de ese día, jamás volvieron a verla.

Lo más extraño de todo es que después de la muerte del príncipe y de la desaparición de la princesa, florecieron muchísimas flores blancas alrededor del árbol dónde se conocieron. Cuentan algunos campesinos que siempre ven a dos amantes bailando al son del viento bajo sus ramas. Cuando se acercan a ellos, desaparecen, para volver a aparecer una vez que éstos se han marchado.

martes, 3 de diciembre de 2013

La forja de una gran historia -El encuentro-


Laira continuó con su búsqueda, decidida a encontrar a la persona que había despertado un extraño sentimiento en su interior, algo que la mantenía viva y le daba fuerzas para continuar hacia delante. Deseaba con toda su alma volver a verlo, confesarle lo que sentía y ponerle un final feliz a su historia. Pero ni ella misma sabía lo que podía pasar, quizás no lo encontrara nunca, eso era una posibilidad que no podría evitar por mucho que quisiera.
Caminó durante meses, de un lugar a otro, visitando cada pueblo, preguntando a cada persona que se encontraba en el camino. Sólo podía valerse de la descripción física de Jack, pues nada más sabía de él. A todos los que prestaban oídos les contaba su historia, la maravillosa historia que escribió con Jack. La gente se quedaba maravillada y prometían no olvidarla jamás.
Buscó y buscó, pero no halló respuesta, ni siquiera un leve indicio de su paradero.
A veces la invadía el desaliento y las fuerzas le abandonaban. Pensaba que tal vez había perdido el tiempo buscando a alguien que se había marchado para siempre.
 Un día, sentada a la orilla de un río, miró al cielo. Las nubes lo gobernaban esa mañana, la oscuridad se cernía sobre el mundo y el sol no quería visitarlos ese día. Se sintió desfallecer, pensó que era una señal, que el mismo cielo la estaba instando a que abandonara, le gritaba en silencio que se marchara hacia su hogar, que todo había sido en vano. Brillantes lágrimas afloraron a sus ojos. Todo está perdido. – pensó -. Todo lo que viví con él se quedó en el pasado, en un pasado que nunca volverá.
Algo llamó su atención. Una suave brisa hizo bailar su cabello acompañada de una calurosa caricia en su rostro. Miró al cielo de nuevo y vio un tenue rayo de sol haciéndose paso entre las nubes. Sintió que su pesar iba desapareciendo y entonces comprendió que siempre hay una esperanza.
Se incorporó y continuó con su camino. Una nueva fuerza había nacido en su corazón y debía aprovecharla antes de que el desaliento se apoderara de ella de nuevo.
Llegó a un pequeño pueblo buscando cobijo, la noche la había alcanzado y estaba agotada. Una familia la acogió por esa noche, se portaron muy bien con ella y le brindaron toda su hospitalidad. Tenían una niña de cinco años. Laira simpatizó mucho con ella, adoraba a los niños.
Intentó dormir esa noche, pero era imposible, cada vez que cerraba los ojos lo veía a él. Su recuerdo le hacía sentirse bien, pero también le dolía muchísimo. No sabía el motivo, ni entendía por qué, lo único que sabía era que tenía un mal presentimiento, estaba casi segura de que algo malo iba a pasar.
Un leve golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento.
- Pasa.
El picaporte giró y la puerta se abrió lentamente. Una pequeña mano asomó y el rostro de una adorable niña vestida con un camisón para dormir apareció entre la rendija.
Laira la miró y sonrió.
- ¿Qué haces despierta a estas horas? – preguntó Laira extrañada.
- No puedo dormir y tú dijiste que tenías una historia muy bonita en ese libro que llevas siempre contigo, ¿me la puedes contar?
- Está bien. Ven que te la voy a contar, pero después tienes que dormir, ¿eh?
La pequeña asintió. Laira cogió el libro para leerlo, pero entonces se dio cuenta de que no lo necesitaba, se sabía la historia de memoria.
Comenzó a contársela y se sorprendió al ver que la pequeña cerró sus ojos justo al final. La dejó dormir a su lado toda la noche, lo cierto es que adoraba a esa niña.
Al amanecer, Laira despertó a la pequeña.
- ¿Te gustó la historia?
- Mucho, ¿la has escrito tú?
- Así es, pero no lo hice sola, me ayudó un amigo.
- ¿Tu novio?
Laira rió.
- No, sólo un amigo.
- Pues entonces debes de quererlo mucho, porque cada vez que hablas de él te brillan los ojos.
Laira no dijo nada, aunque la sorprendió el comentario de la pequeña.
- Bueno, debemos ir a desayunar.
Ambas se vistieron y bajaron al comedor. La niña les contó a sus padres lo que había hecho esa noche y no dejó de sonreír en todo momento.
Después de desayunar, Laira comunicó que se tenía que marchar. No sabía que camino seguir, pero no podía quedarse en esa casa eternamente.
Se fue lo más rápido que pudo para no perder tiempo, acompañada de los deseos de buena suerte por parte de la familia que la había acogido.
- Nunca olvidaré tu historia. – fue lo que le dijo la pequeña antes de que Laira se marchara.
Caminó sin descanso durante tres días. Hasta que por fin llegó a una gran ciudad repleta de gente. Recorrió media ciudad en busca de una posada barata para poder pasar la noche, pero no encontró ninguna.
Caminando sin rumbo, llegó a una pequeña plaza con una hoguera en el centro. Había mucha gente sentada alrededor. Laira se acercó y escuchó. ¡Estaban contando historias! Decidió pasar la noche allí y sumergirse en mundos llenos de fantasía que la harían olvidar su vida por un momento.
Escuchó historias bellísimas en las que siempre había un final feliz. Llegó un momento en que ya nadie tenía nada más que contar y dispusieron marcharse.
- Esperen, me gustaría contar una historia a mí también.
- ¡Estupendo! ¡Te escuchamos!
Laira comenzó con su historia, miró a su alrededor y vio que todos la miraban interesados, desde el hombre más mayor hasta el niño más pequeño. Todos la escuchaban. Pero había alguien que la miraba con los ojos muy abiertos, con cara de sorprendido. Prefirió no darle importancia y continuó con su narración. Al finalizar, recibió el aplauso de todos ellos, incluido el del hombre que la miraba tan sorprendido.
Los primeros rayos del sol aparecieron en el cielo y todos se marcharon, no sin antes felicitar a Laira por tan bella historia.
La muchacha se sorprendió al ver que alguien continuaba allí, observándola. Lo miró y enarcó una ceja. El hombre se acercó a ella con paso cauteloso.
- ¿Laira? – preguntó sin dejar de mirarla a los ojos.
- Sí… ¿quién eres tú? – preguntó con el ceño fruncido.
- Es normal que no me reconozcas, he cambiado mucho y tú también. No te hubiera reconocido si no hubiera sido por esa historia que contaste… por nuestra historia.
Al oír eso, Laira dio un respingo y miró a los ojos al desconocido, entonces supo quién era el que estaba frente a ella.
- ¿Jack? ¿Eres tú?
- ¿Quién más?
- ¡Dios mío! Estás aquí, por fin te he encontrado, no puedo creerlo, tanto tiempo buscándote y al final…
- ¡Espera! ¿Me has estado buscando? – interrumpió Jack sorprendido.
- Durante casi un año. Pero ha valido la pena, porque al fin te he encontrado.
- ¿Para qué me buscabas?
- Necesitaba hacerlo, porque desde que te fuiste no he dejado de pensar en ti ni un solo instante. Además, ¿no te has dado cuenta? Nuestra historia no tiene título, debemos dárselo.
- Claro, entiendo.
Laira enarcó una ceja.
- ¿Qué te pasa? Estás muy raro, ¿no te alegras de verme?
- Claro que me alegro, solo que… que las cosas han cambiado. Yo he cambiado y tú también.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que estoy a punto de casarme. – al ver la expresión de asombro de la joven, añadió -. Sí, Laira. Me he enamorado y estoy a punto de casarme, lo siento de verdad, jamás pensé que tú sintieras algo así por mí, creía que sólo me veías como un amigo. Lo siento.
- No lo sientas. – replicó Laira sin poder contener las lágrimas -. Ya todo da igual, debí suponerlo. Lo cierto es que nunca creía con certeza que tú me amaras, pero sí lo soñé y lo deseé con todo mi corazón, pero ahora sé que fui una estúpida. Que jamás debí haber puesto los ojos en ti. Siento haberte molestado, voy a regresar a mi casa. Y si no te importa, me llevo la historia conmigo. Será un hermoso recuerdo.
- Claro, puedes llevártela. No hay persona que se la merezca más que tú. No sabes como siento haberte hecho tanto daño, nunca quise hacerte sufrir, perdóname.
- No puedo, lo siento. Adiós Jack, hasta siempre.
- Adiós, Laira, jamás podré olvidarte.
Yo tampoco, por más que lo desee, jamás podré olvidarte. – pensó Laira mientras se alejaba
Jack se quedó mirándola hasta que desapareció de su vista, preguntándose si había hecho bien, si ese dolor que sentía en su corazón era algo más que amistad. No obstante, era demasiado tarde y lo sabía.

Laira se alejó de la ciudad lo más deprisa que pudo. Tardó casi seis meses en volver a su hogar, pero al fin lo consiguió. Subió al claro del bosque y se sentó en la roca en la que había conocido a Jack, con la vista clavada en el horizonte. El cielo estaba nublado, las nubes no dejaron que la muchacha contemplara los rayos del sol. En sus manos tenía una historia sin título, una historia recordada con amor por muchos y con amargura por una sola persona, destinada a vivir de sus recuerdos. Pero había algo más extraño aún, esa muchacha sentía algo en su corazón, algo que le daba calor y fuerzas, algo que la hacía sonreír de vez en cuando, un pequeño rayo de esperanza iluminaba su interior, pidiéndole que esperara, que aún no había terminado todo.

- Por desgracia, no todas las historias terminan con un final feliz. – dijo con un hilo de voz.