martes, 31 de diciembre de 2013

Los amantes del árbol



Cuenta una antigua leyenda la historia de una joven princesa que siempre soñó con ver más allá de lo que le permitían. Vivía en un hermoso castillo apartado de toda civilización, acompañada tan solo de sus padres y los criados destinados a satisfacer todos sus deseos. Cualquier joven del pueblo desearía poseer aquello que Lasaralem tenía, sin embargo, en el corazón de la princesa reinaba un vacío que oscurecía cada uno de sus días. Perdió a su madre cuando tenía tan solo cinco años, una tragedia que apagó cualquier atisbo de felicidad que pudiese reinar en el castillo. Su padre la protegía mucho, quizás demasiado, movido por el temor de que le sucediera lo mismo que se llevó a su esposa. Por eso no le permitía salir del castillo bajo ningún concepto.
Un día, Lasaralem no pudo aguantar más estar rodeada de esas paredes de piedra que le helaban el alma y decidió escapar al mundo exterior montada en uno de los caballos que su padre guardaba en el establo. Aprovechó las primeras horas de sol, cuando el castillo aún dormía, para evitar ser descubierta por alguien. Cabalgó a galope tendido para descubrir el mundo que la rodeaba y que había permanecido oculto durante tantos años. Sentir cómo la brisa golpeaba su rostro y hacía bailar su cabello le provocó una sensación de libertad que nunca creyó sentir.
Después de varias horas de camino, detuvo a su montura y se recostó bajo la copa de un gran árbol que se alzaba orgulloso en mitad de un prado. A través de sus ramas se filtraba la cálida luz del sol, provocándole una calidez que la adormeció de inmediato. Mientras dormía, otro caballo se acercó sigiloso. Un apuesto jinete se apeó y observó a la joven que dormía tranquilamente. Maravillado por su belleza, permaneció a su lado durante largo rato. La joven abrió los ojos y se levantó de un salto al ver a un desconocido junto a ella.
- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – preguntó asustada.
- No temas. – intentó tranquilizarla el joven -. No voy a hacer daño. Pasaba por aquí y quería asegurarme de que estabas bien.
- Pues estoy perfectamente. – inquirió Lasaralem molesta.
El joven sonrió y le tendió su mano.
- Soy el príncipe Gilthian. Y tú eres...
Lasaralem miró la mano del príncipe desconcertada. No podía decirle quién era, porque si revelaba su identidad su padre descubriría que había escapado y no volvería a salir del castillo jamás.
- Soy...soy una doncella del castillo que hay en aquella colina. - mintió la princesa señalando hacia su castillo.
- ¿Y puedo saber qué hace una doncella sola en medio del campo? ¿No deberíais estar trabajando para vuestra señora? - preguntó suspicaz el príncipe.
- Mi señora me ha enviado a hacer un recado y debo volver ya. - antes de que Lasaralem pudiera acercase a su caballo para marcharse, el príncipe la cogió del brazo.
- Espera, no te marches aún.
Lasaralem sintió cómo esos ojos verdes se clavaban en su corazón, que comenzó a latir con mucha fuerza.
- Lo siento, debo regresar ya. Deben estar preocupados por mí.
- ¿Podré verte otro día? – preguntó el príncipe esperanzado.

Lasaralem se encogió de hombros.
- Para mí no es fácil salir del castillo, no creo que nuestros caminos puedan volver a cruzarse. – dicho esto, Lasaralem montó en su caballo y se alejó de allí lo más deprisa que pudo.
El príncipe la vio alejarse, no podía desviar la mirada de la muchacha. Sentía cómo su corazón latía apresuradamente, deseaba volver a ver a esa mujer y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo.

Lasaralem consiguió llegar hasta su habitación sin que nadie se percatase de que se había marchado. Sin embargo, cuando cruzó la puerta de su estancia, una furiosa doncella la estaba esperando.
- ¿Se puede saber dónde has estado? – le preguntó con un hilo de voz.
- Anna, lo siento mucho. – Lasaralem no podía mentir a la mujer que había sido una madre para ella.
- Has salido del castillo, ¿no es así?
- Necesitaba hacerlo, no podía aguantar ni un minuto más estar rodeada de esta fría piedra.
Anna suspiró con fuerza y se acercó a la princesa. Lasaralem pensó que la golpearía para castigarla, por eso abrió mucho los ojos cuando Anna la abrazó con fuerza.
- Mi pobre niña.
- Anna – dijo Lasaralem en un susurro -. He conocido a un hombre ahí fuera y en mi corazón siento algo desconocido para mí.
Rompieron su abrazo y Anna la miró con lágrimas en los ojos.
- Toda joven necesita vivir el primer amor con intensidad y no voy a permitir que nadie te arrebate eso, ni siquiera tu propio padre.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Lasaralem confundida.
Anna le contó cómo ella vivió su primer amor y lo dejó escapar movida por otros intereses que, al final, la condujeron hacia la soledad más absoluta. Le habló del amor y de cómo cambia tu vida cuando conoces a alguien que enciende una cálida llama en el fondo de tu corazón.
- Si deseas volver a verlo, yo te ayudaré a escapar del castillo cada mañana. – le propuso su doncella.
- No puedo hacerlo, ni siquiera sé dónde encontrarlo.
- Vuelve al lugar dónde lo has conocido, si lo encuentras es que él siente lo mismo que tú, si no, entonces sabrás que no merece la pena.
Así lo hizo. Lasaralem salió al amanecer del castillo y cabalgó hacia aquel árbol, con la seguridad de que no encontraría a nadie allí. Cuál fue su sorpresa cuando llegó y vio al príncipe Gilthian recostado en el tronco del árbol, con la vista clavada en el sendero. Lasaralem pudo ver que en su rostro bailaba una hermosa sonrisa.
- Has vuelto. – dijo él.
- Así es.
Ambos se acomodaron bajo el árbol y hablaron durante horas. Cuando el mediodía se cernió sobre ellos, Lasaralem volvió al castillo con la promesa de volver al día siguiente.
Pasaron los días y Lasaralem comenzó a sentir emociones que habían permanecido ocultas en lo más hondo de su ser. Ahora estaba desbordada y no podía dejar de pensar en ese joven que las había despertado. Nunca tuvo el valor suficiente para confesarle quién era en realidad por miedo a que su mentira provocara que desapareciera para siempre, por eso él pensaba que su nombre era Anna. Gilthian le confesó un día que su hogar estaba lejos de allí, pero su padre se encontraba en negociaciones con el rey de esa zona, por eso se alojaba en un pequeño castillo cerca del pueblo. Lasaralem se dio cuenta de que ese rey era su propio padre.
- Anna, ¿quieres casarte conmigo? – le preguntó Gilthian.
Ella pensó que su corazón saldría disparado de su pecho. Quería decirle que sí, era lo que más deseaba en el mundo, pero para ello necesitaría el consentimiento de su padre y no tendría otra opción que contarle la verdad.
Al ver su desconcierto, Gilthian le preguntó:
- ¿No quieres casarte conmigo?
- No es eso. Claro que quiero casarme contigo. Es algo más complicado.
- ¿Qué ocurre?
- Te he mentido, Gilthian. Mi nombre no es Anna, sino Lasaralem. Soy la princesa de este reino. – le confesó.
El príncipe permaneció en silencio durante largo rato. Lasaralem estaba segura de que le reprocharía el haberle mentido y se arrepentiría de su propuesta.
- Estoy enamorado de ti, te llames Anna o Lasaralem. No me importa quién seas.
La princesa sintió que aquello que aprisionaba su corazón desaparecía. Ahora sabía que de nada le había servido mentir, pues el amor va más allá de cualquier apariencia. Ella le prometió que hablaría con su padre para que él pudiese pedir su mano.
Lasaralem se armó de valor y se encaminó hacia su castillo para enfrentarse a su padre. Esperaba que él pudiera entender que lo ella sentía era real y que necesitaba ser feliz. El rey estaba reunido ese día, así que no tuvo más remedio que esperar. Cuando por fin se quedaron a solas, se acercó a él. Al verla, el rey se levantó de su trono.
- Me alegra verte, hija mía. Tengo algo que decirte.
- Dime, padre.
- Un orgulloso rey nos ha declarado la guerra por el simple hecho de haberle negado la venta de unas tierras que son nuestras. Esas tierras han pertenecido a la familia de tu madre durante décadas y, tras su muerte, tú las heredaste. No voy a permitir que nadie te las quite, es por ello que mañana tendré que ir a batalla. Pero no temas, somos superiores en número, estoy seguro de que saldremos victoriosos.
Lasaralem sabía que ese no era el mejor momento para hablarle a su padre de un posible compromiso, así que decidió esperar hasta después de la batalla.
A la mañana siguiente, los soldados se marcharon comandados por su rey al campo de batalla. Lasaralem pidió a su madre que los protegiese y que permitiese que su padre llegase a casa sano y salvo. Anna le hizo compañía durante todo el día. Cuando cayó el sol, los soldados victoriosos llegaron al castillo y celebraron una gran fiesta por la victoria.
Cuando todos estuvieron sentados en la mesa, el rey dio un discurso. Lasaralem lo escuchó con atención, pero cuando llegó a la parte en que narraba la batalla desvió su atención hacia otro asunto. Pero algo la hizo regresar al presente, su corazón dio un vuelco cuando su padre dijo:
- Luché con él en un duelo cuerpo a cuerpo, sólo uno de los dos saldría victorioso. O ese chico era demasiado cobarde o era estúpido, yo le lanzaba estocadas y le daba la oportunidad para que me golpeara, pero lo único que hacía era defenderse, jamás me atacó. Lo dejé herido de muerte, pero no lo maté, aunque pienso que debe de estar muerto a estas horas. Ese príncipe era un debilucho como su padre.
- ¿Cuál era el nombre de ese príncipe, padre? - preguntó Lasaralem muy nerviosa.
- ¿Qué importa eso ahora?
- Es Gilthian, mi señora. – contestó uno de los soldados.
Lasaralem sintió por un momento que su corazón dejaba de latir. El hombre que amaba y con el que iba a casarse se debatía entre la vida y la muerte, y todo por culpa de su padre. Sin pensárselo dos veces, salió del salón, corrió hacia el establo y cabalgó sin descanso hasta que llegó al castillo de su amado. Consiguió entrar sin problemas, ya que no había guardias apostados en la entrada, todos estaban pendientes de la vida del príncipe. Encontró su habitación y entró de inmediato. Allí estaba, en su lecho de muerte. Todos se apartaron cuando la vieron acercarse. Gilthian la miró y sonrió:
- Lo siento, mi amor. No voy a poder casarme contigo, voy a un lugar a dónde no puedes seguirme.
- Perdona a mi padre por haberte hecho esto. - dijo Lasaralem sin poder dejar de llorar.
- Supe que era tu padre en el momento en que vi sus ojos, eran iguales a los tuyos. No quise hacerle daño, por eso no lo ataqué, pero él no sabía quién era yo, es por eso que no le guardo ningún rencor, no es culpable de nada, sólo cumplió con su deber.
- No puedo dejar que te vayas, Gilthian. No lo voy a permitir.
El príncipe acarició el rostro de la joven.
- No podemos hacer nada para evitarlo, pero quiero que sepas que siempre estaré contigo. No lo olvides.
Lasaralem lo abrazó llorando amargamente. Con las últimas fuerzas que le quedaban, Gilthian se incorporó y besó a la princesa.
- Te quiero, Lasaralem, y te querré siempre. - dijo Gilthian antes de caer en un sueño eterno.
Todos lloraron la pérdida del noble príncipe. Le dieron una sepultura digna de un rey. Lasaralem lo acompañó durante todo el funeral. Después de ese día, jamás volvieron a verla.

Lo más extraño de todo es que después de la muerte del príncipe y de la desaparición de la princesa, florecieron muchísimas flores blancas alrededor del árbol dónde se conocieron. Cuentan algunos campesinos que siempre ven a dos amantes bailando al son del viento bajo sus ramas. Cuando se acercan a ellos, desaparecen, para volver a aparecer una vez que éstos se han marchado.

martes, 3 de diciembre de 2013

La forja de una gran historia -El encuentro-


Laira continuó con su búsqueda, decidida a encontrar a la persona que había despertado un extraño sentimiento en su interior, algo que la mantenía viva y le daba fuerzas para continuar hacia delante. Deseaba con toda su alma volver a verlo, confesarle lo que sentía y ponerle un final feliz a su historia. Pero ni ella misma sabía lo que podía pasar, quizás no lo encontrara nunca, eso era una posibilidad que no podría evitar por mucho que quisiera.
Caminó durante meses, de un lugar a otro, visitando cada pueblo, preguntando a cada persona que se encontraba en el camino. Sólo podía valerse de la descripción física de Jack, pues nada más sabía de él. A todos los que prestaban oídos les contaba su historia, la maravillosa historia que escribió con Jack. La gente se quedaba maravillada y prometían no olvidarla jamás.
Buscó y buscó, pero no halló respuesta, ni siquiera un leve indicio de su paradero.
A veces la invadía el desaliento y las fuerzas le abandonaban. Pensaba que tal vez había perdido el tiempo buscando a alguien que se había marchado para siempre.
 Un día, sentada a la orilla de un río, miró al cielo. Las nubes lo gobernaban esa mañana, la oscuridad se cernía sobre el mundo y el sol no quería visitarlos ese día. Se sintió desfallecer, pensó que era una señal, que el mismo cielo la estaba instando a que abandonara, le gritaba en silencio que se marchara hacia su hogar, que todo había sido en vano. Brillantes lágrimas afloraron a sus ojos. Todo está perdido. – pensó -. Todo lo que viví con él se quedó en el pasado, en un pasado que nunca volverá.
Algo llamó su atención. Una suave brisa hizo bailar su cabello acompañada de una calurosa caricia en su rostro. Miró al cielo de nuevo y vio un tenue rayo de sol haciéndose paso entre las nubes. Sintió que su pesar iba desapareciendo y entonces comprendió que siempre hay una esperanza.
Se incorporó y continuó con su camino. Una nueva fuerza había nacido en su corazón y debía aprovecharla antes de que el desaliento se apoderara de ella de nuevo.
Llegó a un pequeño pueblo buscando cobijo, la noche la había alcanzado y estaba agotada. Una familia la acogió por esa noche, se portaron muy bien con ella y le brindaron toda su hospitalidad. Tenían una niña de cinco años. Laira simpatizó mucho con ella, adoraba a los niños.
Intentó dormir esa noche, pero era imposible, cada vez que cerraba los ojos lo veía a él. Su recuerdo le hacía sentirse bien, pero también le dolía muchísimo. No sabía el motivo, ni entendía por qué, lo único que sabía era que tenía un mal presentimiento, estaba casi segura de que algo malo iba a pasar.
Un leve golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento.
- Pasa.
El picaporte giró y la puerta se abrió lentamente. Una pequeña mano asomó y el rostro de una adorable niña vestida con un camisón para dormir apareció entre la rendija.
Laira la miró y sonrió.
- ¿Qué haces despierta a estas horas? – preguntó Laira extrañada.
- No puedo dormir y tú dijiste que tenías una historia muy bonita en ese libro que llevas siempre contigo, ¿me la puedes contar?
- Está bien. Ven que te la voy a contar, pero después tienes que dormir, ¿eh?
La pequeña asintió. Laira cogió el libro para leerlo, pero entonces se dio cuenta de que no lo necesitaba, se sabía la historia de memoria.
Comenzó a contársela y se sorprendió al ver que la pequeña cerró sus ojos justo al final. La dejó dormir a su lado toda la noche, lo cierto es que adoraba a esa niña.
Al amanecer, Laira despertó a la pequeña.
- ¿Te gustó la historia?
- Mucho, ¿la has escrito tú?
- Así es, pero no lo hice sola, me ayudó un amigo.
- ¿Tu novio?
Laira rió.
- No, sólo un amigo.
- Pues entonces debes de quererlo mucho, porque cada vez que hablas de él te brillan los ojos.
Laira no dijo nada, aunque la sorprendió el comentario de la pequeña.
- Bueno, debemos ir a desayunar.
Ambas se vistieron y bajaron al comedor. La niña les contó a sus padres lo que había hecho esa noche y no dejó de sonreír en todo momento.
Después de desayunar, Laira comunicó que se tenía que marchar. No sabía que camino seguir, pero no podía quedarse en esa casa eternamente.
Se fue lo más rápido que pudo para no perder tiempo, acompañada de los deseos de buena suerte por parte de la familia que la había acogido.
- Nunca olvidaré tu historia. – fue lo que le dijo la pequeña antes de que Laira se marchara.
Caminó sin descanso durante tres días. Hasta que por fin llegó a una gran ciudad repleta de gente. Recorrió media ciudad en busca de una posada barata para poder pasar la noche, pero no encontró ninguna.
Caminando sin rumbo, llegó a una pequeña plaza con una hoguera en el centro. Había mucha gente sentada alrededor. Laira se acercó y escuchó. ¡Estaban contando historias! Decidió pasar la noche allí y sumergirse en mundos llenos de fantasía que la harían olvidar su vida por un momento.
Escuchó historias bellísimas en las que siempre había un final feliz. Llegó un momento en que ya nadie tenía nada más que contar y dispusieron marcharse.
- Esperen, me gustaría contar una historia a mí también.
- ¡Estupendo! ¡Te escuchamos!
Laira comenzó con su historia, miró a su alrededor y vio que todos la miraban interesados, desde el hombre más mayor hasta el niño más pequeño. Todos la escuchaban. Pero había alguien que la miraba con los ojos muy abiertos, con cara de sorprendido. Prefirió no darle importancia y continuó con su narración. Al finalizar, recibió el aplauso de todos ellos, incluido el del hombre que la miraba tan sorprendido.
Los primeros rayos del sol aparecieron en el cielo y todos se marcharon, no sin antes felicitar a Laira por tan bella historia.
La muchacha se sorprendió al ver que alguien continuaba allí, observándola. Lo miró y enarcó una ceja. El hombre se acercó a ella con paso cauteloso.
- ¿Laira? – preguntó sin dejar de mirarla a los ojos.
- Sí… ¿quién eres tú? – preguntó con el ceño fruncido.
- Es normal que no me reconozcas, he cambiado mucho y tú también. No te hubiera reconocido si no hubiera sido por esa historia que contaste… por nuestra historia.
Al oír eso, Laira dio un respingo y miró a los ojos al desconocido, entonces supo quién era el que estaba frente a ella.
- ¿Jack? ¿Eres tú?
- ¿Quién más?
- ¡Dios mío! Estás aquí, por fin te he encontrado, no puedo creerlo, tanto tiempo buscándote y al final…
- ¡Espera! ¿Me has estado buscando? – interrumpió Jack sorprendido.
- Durante casi un año. Pero ha valido la pena, porque al fin te he encontrado.
- ¿Para qué me buscabas?
- Necesitaba hacerlo, porque desde que te fuiste no he dejado de pensar en ti ni un solo instante. Además, ¿no te has dado cuenta? Nuestra historia no tiene título, debemos dárselo.
- Claro, entiendo.
Laira enarcó una ceja.
- ¿Qué te pasa? Estás muy raro, ¿no te alegras de verme?
- Claro que me alegro, solo que… que las cosas han cambiado. Yo he cambiado y tú también.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que estoy a punto de casarme. – al ver la expresión de asombro de la joven, añadió -. Sí, Laira. Me he enamorado y estoy a punto de casarme, lo siento de verdad, jamás pensé que tú sintieras algo así por mí, creía que sólo me veías como un amigo. Lo siento.
- No lo sientas. – replicó Laira sin poder contener las lágrimas -. Ya todo da igual, debí suponerlo. Lo cierto es que nunca creía con certeza que tú me amaras, pero sí lo soñé y lo deseé con todo mi corazón, pero ahora sé que fui una estúpida. Que jamás debí haber puesto los ojos en ti. Siento haberte molestado, voy a regresar a mi casa. Y si no te importa, me llevo la historia conmigo. Será un hermoso recuerdo.
- Claro, puedes llevártela. No hay persona que se la merezca más que tú. No sabes como siento haberte hecho tanto daño, nunca quise hacerte sufrir, perdóname.
- No puedo, lo siento. Adiós Jack, hasta siempre.
- Adiós, Laira, jamás podré olvidarte.
Yo tampoco, por más que lo desee, jamás podré olvidarte. – pensó Laira mientras se alejaba
Jack se quedó mirándola hasta que desapareció de su vista, preguntándose si había hecho bien, si ese dolor que sentía en su corazón era algo más que amistad. No obstante, era demasiado tarde y lo sabía.

Laira se alejó de la ciudad lo más deprisa que pudo. Tardó casi seis meses en volver a su hogar, pero al fin lo consiguió. Subió al claro del bosque y se sentó en la roca en la que había conocido a Jack, con la vista clavada en el horizonte. El cielo estaba nublado, las nubes no dejaron que la muchacha contemplara los rayos del sol. En sus manos tenía una historia sin título, una historia recordada con amor por muchos y con amargura por una sola persona, destinada a vivir de sus recuerdos. Pero había algo más extraño aún, esa muchacha sentía algo en su corazón, algo que le daba calor y fuerzas, algo que la hacía sonreír de vez en cuando, un pequeño rayo de esperanza iluminaba su interior, pidiéndole que esperara, que aún no había terminado todo.

- Por desgracia, no todas las historias terminan con un final feliz. – dijo con un hilo de voz.

viernes, 22 de noviembre de 2013

La forja de una gran historia - La historia sin nombre -



Laira viajó durante dos días sin descanso, apenas dormía y ni siquiera se preocupaba por comer. A veces sentía miedo, no sabía hacia dónde se dirigía, no sabía si el camino que estaba recorriendo era el acertado o estaba caminando en dirección contraria, de lo único que estaba segura era de que tenía que seguir adelante.
El verano reinaba en el camino y el calor era sofocante. Hizo una pequeña parada para beber agua de un río. Sus ojos se posaron en el cristalino líquido, y vio su reflejo. Estaba demacrada. Grandes ojeras enmarcaban sus ojos, cuyo brillo había desaparecido; su pelo había perdido color, estaba deteriorándose. Sabía que debía comer algo, pero nada a su alrededor le resultaba conocido y no veía ni rastro de ningún pueblo.
Decidió continuar con su viaje, pero entonces algo ocurrió. Sus piernas comenzaron a temblarle, tenía la sensación que no la sostendrían en pie por mucho tiempo más. Intentó luchar contra esa sensación, pero fue inútil. Suaves puntitos negros aparecieron delante de ella mientras todo comenzaba a nublarse, a disiparse…. hasta que la más negra oscuridad se apoderó de ella.

De repente algo llamó su atención, una tenue luz blanca apareció y una suave voz la llamaba. Laira no quería hacerle caso, pero no pudo hacer nada. Despertó en una habitación iluminada tan solo por la luz de una vela. Había alguien a su lado, observándola y acariciándole la frente.
- ¿Dón…dónde estoy? – balbuceó Laira. Le era muy difícil pronunciar palabra, ya que tenía la boca pastosa por la falta de comida.
- Estáis a salvo. Me alegra ver que habéis despertado, estaba muy preocupado. – era la voz de un hombre. Esto hizo que se sobresaltara.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? – preguntó Laira muy asustada.
- Tranquila, tranquila. No voy a hacerte daño. Te encontré tirada en el lindero del río, te recogí y te he curado. Ahora debes comer y descansar, después me contarás todo y yo te contaré quién soy.
Alguien más entró en la habitación, traía consigo una bandeja repleta de comida. Laira no pudo resistirse y comió hasta saciarse. Después el sueño la invadió y durmió durante un día entero.


Los primeros rayos del sol se filtraron a través de la ranura de la ventana. La cálida luz acarició el rostro de Laira y la despertó. Sentía sus fuerzas renovadas, había dormido como una niña. Miró a su alrededor y recordó dónde se encontraba, pero esta vez estaba sola, nadie la acompañaba.
- ¡La historia! – gritó de repente al recordarla.
A causa de su grito, un hombre entró en la habitación.
- ¿Qué te pasa?
Laira lo miró y lo reconoció. Era el hombre que la había salvado.
- Si tú fuiste el que me encontró en el río, debes de haber visto un libro que yo llevaba, ¿dónde está?
- Ah sí, es cierto. Tranquila, lo guardé bien para que no se perdiera. – abrió un cajón y sacó el libro.
Laira se sintió muy aliviada al verlo.
- Gracias.
- No quise leerlo por respeto a tu intimidad, pero me gustaría mucho saber lo que es. – al ver la cara de indecisión de la muchacha, el hombre añadió -. Ven conmigo al jardín, allí podremos hablar de nosotros, para aclarar un poco todo esto.
Laira asintió y lo siguió. El jardín era precioso y enorme. Estaba repleto de hermosas flores silvestres. El aroma a rosas impregnaba el ambiente y el clima era templado y agradable. Después de un pequeño paseo por el jardín, el hombre la condujo hacia un pequeño banco.
- Mi nombre es Gerard. Ésta es mi casa, vivo con mi hermana y mi madre. Estás en Pueblollano, no sé si lo conocerás.
- Me suena mucho – inquirió Laira pensativa -. ¿Está muy lejos de Monteverde? Ésa es mi ciudad.
- Pues sí que está lejos, a unos cien kilómetros, más o menos.
- No me lo puedo creer ¡He recorrido cien kilómetros en tres días! – exclamó Laira impresionada.
- Eso parece. Pero eres muy joven, ¿qué haces tan lejos de tu hogar… y sola?
- Es una larga historia. – contestó Laira intentando contener sus emociones.
- Pues tengo todo el tiempo del mundo, además me encantan las historias.
Laira sonrió. Había algo en aquel hombre que le proporcionaba confianza, como si el mero hecho de mirarlo a los ojos le inyectara una gota de valor y coraje. Supo que podía confiar en él. Además, necesitaba hablar con alguien. Le contó todo lo acontecido meses antes: cómo conoció a Jack, la historia que escribieron juntos y su despedida.
- Así que ese libro contiene esa historia, la que escribiste con Jack.
- Sí. Necesito encontrarlo.
- ¿Para qué? ¿Para qué arriesgarte tanto? Podrías esperar a que regresara.
- Pues… porque….porque….
- Porque estás enamorada de él. – la interrumpió Gerard al percatarse de lo que estaba ocurriendo.
Laira lo miró y supo que no podía engañarlo.
- Sí, tienes razón. – dijo con un suspiro.
- ¿Sabes dónde está?
- No, pero sé que lo voy a encontrar. Algo me dice que voy en la dirección correcta.
- Entiendo. ¿Y cómo se llama tu historia?
Laira se sorprendió ante la pregunta, la verdad es que nunca se lo había preguntado, ni siquiera se le había pasado por la cabeza.
- Te va a parecer gracioso, pero no tiene título, ni Jack ni yo pensamos en eso.
- Bueno, ya que debes quedarte aquí unos días para recuperarte, ¿qué te parece si me dejas leer tu historia? Quizás se me ocurra un buen título.
- Claro. – Laira accedió encantada. Nadie más que ella y Jack la habían leído. Sería de gran ayuda conocer la opinión de alguien más.
Laira le entregó el libro a Gerard y se fue a descansar. Estuvo instalada en esa casa durante cuatro días. Tejió una gran amistad con la madre y la hermana de Gerard. Se sintió muy cómoda en su estancia en Pueblollano.
Al quinto día, salió al camino y vislumbró el horizonte. Volvió a pensar en Jack y se preguntó en qué lugar podría estar. Se sentía completamente bien y deseaba reanudar su viaje para encontrarlo. El ruido de unas pisadas a su espalda hizo que diera un respingo. Volteó la cabeza y vio que Gerard se acercaba con su historia en la mano.
- Ya la he terminado. Es maravillosa.
- Gracias, eres muy amable.
- De nada.
- Gerard, yo quisiera agradecerte todo lo que has hecho por mí, pero…
- Pero debes marcharte ya. – terminó Gerard la frase por ella.
- Tengo que hacerlo, debo encontrarlo. Al menos debo intentarlo. Deseo ser feliz y siento que mi felicidad se fue con él, no puedo dejarla escapar sin hacer nada.
- Te entiendo. Además pienso que debes ir. He leído tu historia y no se me ocurre ningún título, estoy seguro de que sólo lo hallarás estando con él. Jack también tiene derecho de dotar de un buen título a esta magnífica obra, puesto que es tan suya como tuya.
- Tienes razón. Es algo que debemos hacer los dos. Gracias por todo, jamás olvidaré lo que has hecho por mí.
- Cualquiera lo hubiera hecho en mi lugar. Quiero que sepas que siempre que necesites algo, aquí me tienes para lo que sea.
- Lo sé y te lo agradezco de verdad. Voy a recoger mis cosas, debo irme hoy mismo.
- Espera. Me gustaría que me prometieras que cuando esta historia tenga un título me lo hagas saber, me encantaría saberlo.
- Claro que sí.

Laira abrazó a Gerard y se marchó a recoger sus cosas. Al cabo de una hora lo tenía todo preparado. Gerard salió a despedirla con su madre y su  hermana. Los tres la vieron alejarse, caminaba buscando su felicidad, de corazón deseaban que la encontrara, pero el destino poseía el poder de lograrlo.

viernes, 15 de noviembre de 2013

La forja de una gran historia


Miraba hacia el horizonte, impulsada por la esperanza de vislumbrar su figura a lo lejos. En sus manos sostenía un libro que guardaba una hermosa historia, la historia que había cambiado su vida para siempre. Hacía tan solo unos días, su vida era maravillosa. Lo había tenido todo, era realmente feliz, ahora ya no. Tampoco poseía el valor suficiente para buscar aquello que tanta falta le hacía, lo que tanto anhelaba. Para entender mejor la historia de Laira, comenzaré a contarla desde el principio.

Laira vivía en una pequeña ciudad, al sur del país. Una mañana en la que el frío arreciaba, la joven lo preparó todo para ir a trabajar. Ayudaba a su padre en una panadería que había pertenecido a su familia durante generaciones. Antes de que pudiera atravesar el umbral de la puerta, su padre le comunicó que tenía el día libre.
- ¿Por qué? Hoy no es día de fiesta. – inquirió Laira desconcertada.
- Lo sé, pero has trabajado muy duro durante meses y te mereces un descanso. – le dijo su padre con una sonrisa.
Laira lo comprendió todo. Tres meses atrás, su madre había caído enferma, así que tanto ella como su padre se hicieron cargo de del trabajo mientras tanto. Su madre se encontraba mucho mejor, aunque aún no trabajaba demasiado. De todas formas, su padre tenía razón, ella necesitaba un descanso. Decidió pasar el día en su lugar favorito: un pequeño claro en el bosque que rodeaba su pequeña ciudad. Era allí donde se sentaba para dejar que su imaginación escapara de su cuerpo para impregnar el papel con maravillosas historias de aventuras en las que ella solía ser la protagonista. Le gustaba imaginarse como una valiente heroína que viajaba por todo el mundo salvando a aquellos que se encontraban en peligro.
Lo que ella no sabía era que ese día iba a ser muy diferente. Al llegar se dio cuenta de que había alguien allí y estaba… escribiendo. No lo podía creer, le habían robado su lugar. La joven se acercó al desconocido con mucho cuidado. Éste, al escuchar sus pasos sobre la hierba, giró la cabeza y la vio. Laira dio un respingo al ser descubierta.
-  Hola. – saludó el muchacho con el entrecejo fruncido.
-  ¿Quién eres? Nunca te había visto por aquí. – inquirió Laira con voz grave.
El muchacho le hizo una señal a Laira para que tomara asiento junto a él. Ella no se movió de su sitio.
- Vamos, no voy a morderte.
Molesta por el tono que ese chico había utilizado, Laira se sentó de forma brusca. En el rostro del joven se dibujó una fina sonrisa al ver su reacción.
- Mi nombre es Jack, soy de esta ciudad, aunque no suelo venir por aquí. Lo descubrí hace poco. Espero que no te importe que comparta contigo mis sueños.
- ¿Tus sueños? – preguntó Laira sin comprender a qué se refería.
- Sí, me gusta plasmar en el papel aquello que me hace feliz. Veo que tú vienes preparada para lo mismo, ¿o me equivoco? – preguntó echándole un vistazo a lo que Laira llevaba bajo el brazo.
La joven suspiró.
- Sí, suelo venir aquí a escribir, pero me gusta hacerlo en soledad, así que tendré que buscarme otro lugar.
-  ¿Cuál es tu nombre? Te he dicho el mío y tú no. – preguntó de pronto Jack, ignorando su comentario.
Laura estuvo a punto de no contestar, pero algo en la mirada de aquel joven se lo impidió. En sus ojos podía percibir una profundidad y determinación que la desconcertó. Jamás había conocido a nadie con una mirada así.
- Me llamo Laira.
- Un nombre precioso.
Laira sonrió débilmente. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no era capaz de marcharse de allí? Su corazón latía tan fuerte que temía que Jack se percatara.
 - ¿Qué escribes? – la pregunta de Jack sacó a Laira de su ensimismamiento devolviéndola al presente.
- Pues... escribo historias de aventuras, de aventuras fantásticas. Pueden parecerte un poco infantiles, pero no lo son. – contestó un poco seria.
- No me lo puedo creer.
- ¿El qué?
- Que escribas exactamente lo mismo que yo.
Laira comenzó a reír.
- No hace falta que me tomes el pelo. A la gente le parecen infantiles, ya estoy acostumbrada a eso, no me importa lo que pienses. Son historias que me hacen soñar y los sueños son mi única vía de escape.
- Laira, no me has entendido. Mira. - Jack le mostró una página de su libro. Laira leyó un poco y se impresionó al descubrir los personajes de esa historia. Eran elfos, enanos, hadas, magos.... los mismos personajes que aparecían en las suyas propias -. Ves cómo no te estaba tomando el pelo. Tienes toda la razón del mundo, son historias maravillosas y nada infantiles.
- Perdona por no creerte, pero es que hasta ahora no había conocido a nadie que le gustasen – dijo apartando la mirada de Jack y clavándola en el suelo. Laira escribía desde que tenía uso de razón, era algo que le había inculcado su madre.
- Ya lo has hecho. – le informó Jack mientras cogía su mano con suavidad. Sorprendida ante el contacto del joven, Laira lo miró -. ¿Qué te parece si escribimos una historia juntos? – le propuso Jack de pronto.
- ¿Juntos? –  preguntó Laira impresionada.
- Claro, estoy seguro de que tienes mucho talento para eso y sería un honor para mí compartir una historia contigo, ¿qué me dices?
- Pues... yo…verás… - Laira vio un profundo anhelo en los ojos del joven -. De acuerdo.
Jack sonrió con ganas. Se pasaron la tarde hablando sin parar, conociendo los sueños de cada uno y los deseos que los impulsaban a vivir. Prometieron encontrarse en el claro del bosque cada día al caer la tarde para forjar la que sería una gran historia, llena de aventuras, fantasía y amor.
Los días pasaban con una rapidez asombrosa. En cuanto su padre cerraba la panadería, Laira corría al claro del bosque para reunirse con Jack. La joven era incapaz de describir lo que sentía en su interior cuando sus mentes se fusionaban para dar vida a una sola historia, algo que compartían solos, sin que nadie interfiriese. Los días dieron paso a los meses y el año llegó sin que ambos se percatasen.
Una tarde de verano, Laira y Jack miraban al cielo satisfechos. Todo había acabado, la historia había terminado.
- Nos ha quedado estupenda. - dijo Jack acariciando su obra que se encontraba en el suelo, entre los dos.
- Creo que ha sido la mejor historia que he escrito en toda mi vida. – corroboró Laira sin dejar de mirar a su amigo. Sin saber cómo ni por qué, se había enamorado de él. Durante mucho tiempo intentó mantener este sentimiento oculto en lo más profundo de su alma, pero se había escapado sin que ella pudiese hacer nada.
- Me gustaría que tú la conservaras. – dijo Jack serio.
- Da igual quien la conserve, vivimos cerca, podemos tenerla los dos. – inquirió la joven extrañada.
-  Laira, ya no vamos a vivir cerca.
- ¿Por qué? - Laira se incorporó al oír las palabras de su amigo
- Tengo que irme de la ciudad. A mi padre le han destinado a otra y debo ir yo también. No es lo que quiero, pero no tengo elección. Suerte que nos ha dado tiempo de terminar la historia. – le informó Jack con pesar.
Laira sintió como algo se resquebrajaba en su interior. Un gran vacío comenzaba a apoderarse de ella, apenas podía respirar.
- Llévate la historia. – dijo la joven sin mirarlo a los ojos. Era incapaz de reunir el valor suficiente.
Jack sacudió la cabeza.
- Quiero que te la quedes tú, para que no me olvides nunca.
- No me hace falta tener la historia para no olvidarte, porque sé que eso será imposible. – Laira intentó contener las lágrimas que amenazaban con escapar.
- Laira, yo… - Jack le acarició el rostro.
La joven podía sentir cómo el muchacho se iba acercando a ella lentamente. Al ver la proximidad de sus rostros, Laira dio un respingo y se levantó de un salto.
- ¿Qué pasa? – preguntó Jack desconcertado.
- Adiós, Jack. Te deseo lo mejor. – cogió la novela y se marchó de allí todo lo deprisa que pudo. Podía oír a Jack gritando su nombre, pero debía ser fuerte y no mirar atrás.
Laira llegó a casa hecha un mar de lágrimas. Entró en su habitación y dejó escapar todo lo que había contenido en presencia de Jack. Al poco rato, entró su madre a su habitación.
- Laira, ¿qué ocurre? – le preguntó.
La joven le contó todo desde el principio. Su madre vio la novela y sonrió.
- Sabes que no se ha marchado del todo. Mientras poseas esta historia, una parte de Jack estará siempre contigo.
Laira abrazó a su madre y, por un momento, se sintió feliz. Aunque esa pequeña felicidad fue menguando con el paso de los días. Jack se había marchado y ella no había sido capaz de despedirse. En sus manos siempre llevaba la historia que habían escrito, el único vínculo que lo uní a él.
Al cabo de poco tiempo, se armó de valor y se dirigió al claro del bosque con la historia en la mano. Se sentó y miró el horizonte. No lo quería admitir, pero en el fondo de su corazón,  había albergado la esperanza de encontrarlo ahí sentado, escribiendo. Recordó su despedida y se maldijo a sí misma por no haber sido capaz de dejar que la besara, al menos hubiera tenido un recuerdo maravilloso al que atenerse, pero ahora sólo tenía la historia, una historia que no olvidaría en toda su vida.
Más de dos horas permaneció sentada, pensando en ella misma, y en Jack. Sabía que no lo olvidaría jamás, pero no podía vivir valiéndose tan solo de su recuerdo, porque dolía… y mucho. Tenía dos opciones, o se volvía a enamorar, cosa poco probable, o iba en su busca.
El corazón comenzó a latirle con fuerza. ¿Y si iba en su busca? ¿Qué podía perder? Se incorporó, con la mirada fija en la lejanía. No estaba dispuesta a resignarse, jamás sabría lo que él sentía si no lo intentaba.
Al llegar a casa, habló con sus padres y les contó su propósito. Ambos la apoyaron en su decisión, pues eran conscientes de que su hija no sería feliz atrapada en esa pequeña ciudad, un lugar que le otorgaba muy pocas posibilidades. Lo mismo sintió su madre una vez y no quería que ella pasase por lo mismo.
- Persigue tus sueños, Laira, y sé feliz.

Al día siguiente, Laira se marchó de la ciudad. Caminaba sin rumbo fijo, ya que el destino de Jack le era desconocido. Estaba dispuesta a dejarse llevar por el viento, con la esperanza de que la llevase hasta él.

Continuará... 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Cuento de Hadas


Llevo varias noches sin poder dormir. Los recuerdos de antaño han vuelto para quedarse. Bajo la luz de las estrellas he decidido plasmar todo aquello que hoy me atormenta como panacea para aliviar mi angustia. Todo comenzó con el descubrimiento que hice cuando tan sólo tenía diez años. Salí a jugar como hacía cada día. Tal vez me alejé más de lo debido, pero no soportaba a los demás niños del pueblo que tenían un modo muy particular de divertirse, con el que no me sentía bien. Bajo el cobijo de las copas de los árboles creaba mi propio mundo, un lugar al que sólo yo podía viajar. Lo dotaba de todo aquello que me gustaba, ignorando las trabas que nos imponían en un mundo que la gente se empeñaba en denominar como real. Mientras dejaba que mi imaginación me guiara por su camino, me di cuenta de que tenía sed. Así que me acerqué a un pequeño riachuelo que corría cerca de allí. Me arrodillé para alcanzar sus aguas cristalinas y sentí algo extraño en mis piernas, como si una parte de la tierra se hubiera endurecido caprichosamente. Busqué con mis manos desnudas y lo que encontré me hizo sentir la niña más afortunada del mundo. De entre la tierra húmeda surgió un pequeño cofre ¿Qué podría haber ahí dentro? ¿Un tesoro?
- ¿Por qué no? – me pregunté. Tal vez el mundo que yo había creado para mí estaba empezando a tomar forma.
Me sorprendió la facilidad con la que logré abrirlo, como si hubiera estado esperando a que yo lo encontrase ese mismo día. Pero dentro no había ningún tesoro, o al menos no estaba repleto de oro y de joyas. Lo que aguardaba pacientemente en el interior era un manuscrito que databa de hacía más de cien años. Imaginaos lo que eso significó para una niña que jamás había salido de su pueblo y que sólo podía leer aquello que los sacerdotes consideraban apropiado para nosotros. Mi pueblo permanece alejado de toda civilización desde que tengo memoria. Se construyó una fuerte muralla alrededor para evitar que ningún intruso se colase en el interior, pero también para que ninguno de sus habitantes pudiese salir de allí. ¿Cuál era el motivo de este encierro? Pues evitar que los peligros y las enfermedades del exterior pudiesen hacernos daño. Al menos eso era lo que nos contaban los sacerdotes, y no nos quedaba más remedio que creer sus palabras. Sin embargo, fue ese manuscrito el que me ayudó a descubrir la verdad.
No era una declaración de derechos ni las memorias de un hombre olvidado por el mundo; era una historia, pero no una cualquiera, era la historia de un mundo imaginado por un hombre que un día soñó con algo mejor, al igual que yo. Marc Thomson. Ése era su nombre. Mi cuerpo comenzó a temblar violentamente cuando comencé mi lectura. Pensaréis que estaba loca, pero cada palabra que mi mente procesaba provocaba un estremecimiento en mi interior, despertando la chispa de un anhelo que guardaba en mi corazón desde hacía mucho tiempo. La noche se cernía sobre el mundo y la oscuridad me impidió continuar. Estuve a punto de devolver el manuscrito a su lugar, pero algo me dijo que debía llevármelo y acabar con la lectura lo antes posible. No me separé de él hasta que devoré cada una de sus páginas. Menuda sorpresa me llevé cuando al final de ese libro el propio Marc Thomson había dejado un mensaje. Tal vez con la esperanza de que alguien lo leyese, con tan mala suerte que nadie lo había hecho hasta aquel día en que decidí alejarme más de la cuenta. Debo admitir que en un principio no creí en sus palabras, incluso mi mente de niña tenía la intención de tildarlo de loco. Por fortuna un rayo de luz se filtró en mi corazón provocando que la comprensión y la curiosidad se adueñaran de mi alma. Estoy segura de que estáis deseando saber qué decía al final de ese manuscrito. No era más que la confesión de un hombre que pedía ayuda a gritos. Marc Thomson afirmó que escribir ese manuscrito lo había conducido a la muerte, porque antes de escribir estas últimas palabras él ya conocía su destino. Me sorprendí al comprobar lo que se parecía a mí. Había creado un mundo imaginario en el que habitaban criaturas surgidas de su imaginación, tan diferentes a los seres humanos como la tierra lo es del agua, pero con tanto en común que era difícil no empatizar con ellos de alguna forma. Marc afirmaba que había creado ese mundo con la intención de permitir a la gente soñar con algo hermoso que los ayudara a continuar su camino con una sonrisa dibujada en sus rostros. Pero sucedió algo que lo cambió todo por completo, un hecho que debió guardar en el más profundo secreto. No lo hizo, quiso compartir su felicidad con sus vecinos, los mismos que lo condujeron al final de su vida.
Una tarde se dispuso a escribir como hacía cada día, pero en esta ocasión decidió hacerlo en un claro del bosque para disfrutar de la paz que le otorgaba la soledad. Todo fluía con normalidad, su pluma se deslizaba por el papel cual pincel en un lienzo. De pronto algo cambió, de las letras comenzó a emanar un extraño brillo sobrenatural que lo obligó a detenerse. Se frotó los ojos pensando que podía deberse al cansancio provocado por las numerosas horas que llevaba escribiendo. Sin embargo el brillo se intensificaba por momentos hasta que del libro surgió una luz potente que se transformó en una figura. Marc dejó caer el libro al suelo y se apartó de él. Quería huir, pero su curiosidad era más fuerte. La figura se convirtió en una mujer que a simple vista parecía humana, pero si prestabas atención, podías darte cuenta de que sus orejas eran más puntiagudas de lo normal, sus ojos tenían la forma de una almendra y brillaban con mucha intensidad. Sus extremidades eran ligeramente más extensas que las de cualquier persona y en su frente tenía grabado un símbolo que parecía una especie de pájaro.
- ¿Quién eres? – preguntó Marc con un hilo de voz.
- Sabes quién soy. Tu mente ha sido la que me ha dado la vida. – la voz de la mujer era melodiosa, como si en lugar de hablar, cantara cada palabra.
- No puede ser… me estoy volviendo loco. – Marc pensaba que su obsesión por ese mundo que había creado estaba llegando al límite. Tal vez debería parar y volver a su mundo, antes de que fuese demasiado tarde.
- Si ni tú mismo crees en lo que ves, ¿cómo pretendes que la gente del pueblo crea en tus palabras?
- Pero no deben creer que tenéis vida, que sois reales, ¿o sí? – preguntó Marc muy confuso.
La mujer suspiró y clavó su penetrante mirada en el desconcertado rostro del pobre Marc.
- No soy real en tu mundo, Marc. Pertenezco a ese otro mundo que has creado para nosotros. Pero existe un problema, y es que tú solo no tienes la fuerza suficiente para mantenerlo con vida eternamente. Necesitamos a más personas como tú que escriban sobre nosotros y construyan nuestra vida y nuestra historia.
- ¿Y qué puedo hacer yo? – la seriedad que estaba adquiriendo el asunto empezó a darle mucho miedo.
- Debes hablar de tu historia, permitir que aquellos que estén interesados la lean y continúen dándole forma a nuestra vida.
Marc lo meditó durante unos instantes. No parecía demasiado complicado, lo único que tenía que hacer era hablar a sus vecinos del libro que estaba escribiendo y exponer la importancia que tenía que ellos aportasen su granito de arena para que el mundo que él había creado con tanto cariño continuara su curso. Y así se lo hizo saber a la mujer. Regresaría al pueblo y cumpliría con su cometido. Había llegado a amar tanto aquel mundo que el mero pensamiento de que algún día pudiese dejar de de existir impregnaba su alma de una angustia indescriptible.
Marc reunió a sus vecinos en la plaza del pueblo y les habló de su libro. Les dio todos los detalles que necesitaban para que al leerlo pudiesen continuar con la historia. Pero Marc cometió un error, un error que pagaría con su propia sangre. Les habló de la mujer, de cómo se había presentado ante él para pedirle este favor. Y el pueblo se alzó ante él llamándolo loco, incluso llegaron a insinuar que podría llegar a ser peligroso. Sus continuos paseos en soledad y su reticencia a hablar con los demás ayudaron a que esta idea se formase en la mente de aquellos que habían compartido su vida con él, de alguna u otra forma. Uno de ellos, aquel hombre que siempre le daba los buenos días cuando pasaba por delante de su panadería, le pidió que se retractase de lo que había dicho y confesase que no había sido más que una broma pesada. Marc continuó haciendo honor a la verdad y reiteró sus palabras. Esa lealtad que mostró hacia aquel mundo que había nacido del lento fluir de su mano sobre aquel papel en blanco lo obligó a huir de allí mientras una masa enfervorecida corría tras él para encerrarlo. Corrió como nunca lo había hecho. Consiguió despistarlos el tiempo suficiente para escribir un último mensaje y enterrar su manuscrito junto al río que fluía cerca del claro dónde la mujer había aparecido hacía tan poco tiempo. Marc intentó marcharse de aquel pueblo que no conseguía abrir su mente, alegando que todo lo que había dicho era un atentado contra la palabra de Dios, y contra eso, nada podía hacer. Lo atraparon, encerrándolo en una celda dónde acabó muriendo a los pocos días. Unos dicen que lo hizo de hambre, otros de sed, pero yo estoy segura que murió con el corazón destrozado al saber que su mundo desaparecería.

Cien años después encontré ese manuscrito y continué la historia. No lo hice sólo por Marc, también lo hice por mí. Mi mente y mi corazón necesitaban volar lejos de allí, de un pueblo que no veía más allá de sus propias narices. Si os digo que la misma mujer que se presentó ante Marc lo hizo también ante mí, ¿me creeríais? Tal vez no, o tal vez sí. Para los más soñadores, os contaré que actué de una forma muy distinta a Marc. Cuando cumplí los veinte años, me marché del pueblo y recurrí a una táctica que en la época de Marc no hubiera sido posible. Publiqué el libro y llegó a tanta gente que me impresionó la cantidad de historias que se escribieron a posteriori sobre ese mundo que, un día, necesitó del sacrificio de un hombre. A día de hoy continúo escribiendo, pero tengo miedo de que a mi muerte se detenga el devenir de este maravilloso mundo. Por eso pido a todo aquel que lo desee que deje volar su imaginación, permitiéndole llegar a mundos inexplorados que necesitan de una mano experta que les de vida para que nuestros sueños nunca dejen de existir.

El comienzo de algo nuevo


Han sido muchas mis incursiones en el mundo del blog, aunque todas han desembocado en el abandono. Me convencí a mí misma de que crearía historias sólo para mí. Sin embargo, el paso del tiempo y la experiencia personal me han dotado de confianza para mostrar al mundo lo que hago y tanto me apasiona. Tengo a mis espaldas dos libros: el primero de ellos se titula 'El espejo dorado', una historia de fantasía que espero convertir en trilogía algún día. Mi segunda obra se centra en los viajes en el tiempo, titulada 'El pasado de Emma', un mero capricho que me dí como buena amante de los viajes temporales.

Tal vez muestre pequeños adelantos de ambos libros, pero mi intención es compartir otros relatos, historias y cuentos que van surgiendo de mi imaginación y desean ser plasmados de alguna forma. Sólo espero que disfrutéis con lo que escribo, tanto o más que yo.

"Cuando te encuentres sola, lee un libro...eso te salvará"