viernes, 31 de enero de 2014

El honor de un caballero



Nunca he tenido el valor suficiente para contar mi historia, ahora lo hago tal vez para demostrar que nuestros sueños pueden hacerse realidad. Yo vivía en una pequeña aldea bastante pobre. Pertenecía a una familia humilde y debía trabajar duro para tener algo que comer cada día. Mi padre murió cuando yo acababa de cumplir los dieciocho años, provocando que todo el peso de la casa recayera sobre mis hombros, ya que mi pobre madre siempre había estado delicada de salud.
Ese año sufrimos un crudo invierno que destrozó todas las cosechas, provocando que el hambre se instalara en nuestro hogar como una sombra oscura que aprisionaba mi corazón. No podía soportar ver cómo a mi madre le abandonaban las fuerzas con el paso del tiempo, el brillo de sus ojos se volvía cada vez más tenue y su aspecto se desfiguraba sin poder hacer nada para remediarlo.
Para bien o para mal, las desgracias unían con fuerza a los habitantes de la aldea, por lo que todos nos volcábamos para ayudar a nuestros vecinos. Al ver la desesperación en mi rostro, una amiga de la familia me buscó un trabajo en la casa de un adinerado caballero que había trabajado para el rey durante muchos años y había conseguido el favor real para tener una vida cómoda. Debía marcharme al día siguiente para dedicarme a mantener la casa limpia y ordenada, mientras mi vecina cuidaba de mi madre y me mantenía informada de su salud por medio de cartas.
Cuando el sol apareció a través de las montañas me encaminé hacia mi destino. Después de varias horas llegué hasta una colina coronada por una enorme casa, construida de fuerte piedra y con un gran número de ventanas en las que chisporroteaba una débil luz. Me acerqué decidida y llamé a la puerta. Me recibió alguien que parecía ser un sirviente, vestido con sencillos pantalones marrones y una camisa blanca, un tanto desgastada. Su rostro era afable y las canas decoraban un cabello que antaño debía de haber sido negro como el ébano.
- Disculpe señorita, ¿qué desea? – me preguntó con voz amable.
- Soy Alustriel, la joven que empieza hoy a trabajar como sirvienta.
El criado sonrió complacido.
- La estábamos esperando. Pase, por favor.
Me quedé maravillada cuando vislumbré el interior de la imponente casa. Una enorme escalera coronaba la estancia, que permanecía iluminada por un buen número de antorchas colgadas a lo largo de la pared. Además había varias esculturas repartidas por la habitación que no supe identificar. El criado me condujo a través de una puerta que se encontraba a la derecha del pasillo, justo antes de llegar a la escalinata. Entré a una habitación más pequeña, rodeada de estanterías que contenían una infinidad de libros. En el centro había una gran mesa de madera, iluminada por el gran ventanal que presidía la habitación. Delante de la mesa estaba sentado un joven bastante apuesto. Yo nunca había tenido demasiada relación con hombres, pues siempre me había dedicado a ayudar a mis padres. Él alzó sus verdes ojos hacía mí y sonrió encantado.
- Eres Alustriel, ¿verdad? – su voz era muy grave, pero dotada de una dulzura increíble.
- Así es, señor. – contesté yo un poco turbada.
- Perdona que no sea mi padre el que te reciba, pero ha recibido un mensaje del rey. Bill te mostrará tus habitaciones y te explicará todo lo que necesitas saber. Espero que tu estancia aquí sea de tu agrado.
- Así será. Gracias.
El criado, cuyo nombre había resultado ser Bill, me condujo escaleras arriba hasta una de las últimas habitaciones del gran pasillo. Jamás me hubiera imaginado que la estancia de una sirvienta brillara con tanta luz y poseyera tantas comodidades como las que allí había. Solté mis escasas pertenencias en la cama y lo observé todo con atención.
- Tenga mucho cuidado, señorita. – dijo Bill, que permanecía en la puerta -. Llevo muchos años en esta casa y lo he visto casi todo. No sería conveniente que os relacionarais más de lo debido con el señor John.
- No sé a qué te refieres, Bill. – inquirí yo un poco confusa.
Bill suspiró con fuerza y sacudió la cabeza.
- Es solo una advertencia. El señor John no suele tratar con demasiado respeto a las doncellas que se instalan en esta casa. Quizás se sienta demasiado importante debido al alto linaje de su padre. El caso es que no suelen durarle mucho las doncellas.
- Lo tendré en cuenta. Gracias, Bill. – contesté un poco asustada.
Bill me enseñó todo lo que debía saber para hacer bien mi trabajo. Había dos mujeres más que trabajaban en las cocinas. Yo me dedicaba a limpiar la casa, a lavar la ropa y a servir la comida en algunas ocasiones. A los pocos días conocí a los padres de John, dos personas muy elegantes y sofisticadas, pero educadas. La verdad es que me trataban bien y no me hicieron sentir fuera de lugar en ningún momento.
Trabajaba cada día con los pensamientos puestos en mi madre. Cada semana recibía una carta de mi vecina explicándome que todo marchaba bien. Yo le contestaba contándole mis quehaceres y cerraba el sobre con el dinero que ganaba en el interior.
Cuando podía disfrutar de algún tiempo libre solía salir al gran jardín que se erguía detrás de la casa, repleto de árboles y hermosas flores que bailaban al son del viento. El joven John paseaba todas las tardes por el pequeño camino de piedra que lo cruzaba. Siempre lo hacía solo. Al verme inclinaba la cabeza con educación y me dedicaba una sonrisa que hacía temblar mis piernas.
- ¿Echas de menos a tu familia? – me preguntó un día.
- Sí… sé que mi madre está bien pero no puedo evitar preocuparme. – le contesté un tanto nerviosa.
- ¿Le ocurre algo?
- Está enferma. Su salud siempre ha sido delicada, pero la crudeza del invierno la ha hecho empeorar.
- Ya veo. Espero que estés cómoda aquí. – inquirió.
- Claro que sí. – me apresuré a contestar -. Todos sois muy amables conmigo.
John sonrió con dulzura. No podía creer que Bill tuviese razón sobre John, no parecía el típico joven que se aprovechaba de las mujeres.
- Me alegra oírlo. La verdad es que yo estoy cansado de estar aquí. Deseo marcharme a conocer el mundo y poder hacer lo que de verdad deseo.
- ¿Y qué es eso que tanto deseas? – me arrepentí en seguida se haber formulado la pregunta.
John me miró con una media sonrisa dibujada en su rostro. Parecía que iba a contestar, pero entonces desvió su mirada hacia el horizonte, donde se podían ver grandes montañas que decoraban el paisaje a lo lejos. Sus ojos brillaban con un anhelo que me partió el alma, como si aquello que más deseaba fuese imposible de realizar.
- Durante toda mi vida he creído que sería un gran caballero como lo es mi padre, me instruyó para ello. Pero entonces llegó el que sería mi hermano adoptivo, un pobre huérfano que mis padres adoptaron para que tuviese una vida mejor. – John hablaba sin mirarme a los ojos, pues su mirada permanecía fija en algún lugar muy lejos de allí-. Todo parecía ir bien, pues por fin tenía un hermano con el compartir mi tiempo. Pero entonces fuimos creciendo y él mostró unas aptitudes maravillosas para convertirse en caballero, así que mi padre se volcó en su formación, ignorándome por completo. Era su favorito, de eso no me cabía la menor duda  y todas mis sospechas se hicieron realidad.
- Así que es tu hermano el que se ha convertido en caballero, ¿no es así? – inquirí con voz débil.
John asintió con tristeza.
- Durante toda mi vida he canalizado esta rabia haciendo todo lo que pudiese molestar a mis padres, desde beber hasta quedar inconsciente hasta verme con mujeres de dudosa reputación.
Por fin comprendí lo que Bill quería decir al afirmar que tuviese cuidado con el señor John. Era un joven atormentado por el rechazo de un padre que había preferido a su hijo adoptivo antes que al propio, tal vez porque presentaba aptitudes más aptas para aquello que él quería, aunque quizás no fuese más que una fachada. Estaba claro que el padre de John permanecía ciego a la verdad y no veía quién era el que de verdad se merecía su atención.
- De todas formas yo me estoy instruyendo en secreto y algún día seré un caballero como lo fue mi padre. – continuó diciendo John.
- Y yo estoy segura de que lo conseguirás.

Después de aquella tarde, todos los días paseaba junto a John mientras éste me contaba la historia de su familia; cómo se habían forjado una gran reputación después de haber servido al rey con honor y lealtad. A su vez, yo le hablaba sobre mi vida, algo que no había hecho jamás con nadie, pero que con él me resultaba demasiado fácil. El hecho de conocer más sobre John y que él supiera aquello que anhelaba y temía hizo que forjáramos una amistad tan especial que un día temí que se convirtiese en algo más profundo.
El invierno llegó a su fin y la primavera llegó con un cálido sol que bañaba la tierra, aportándole fuerza y energía para volver a florecer. Las cosechas por fin regresarían y yo había ganado el suficiente dinero para volver a casa. Ya nada me retenía allí y mi madre me necesitaba.
- La voy a echar mucho de menos. – dijo Bill mientras me ayudaba a recoger mis cosas -. Usted es una muchacha maravillosa y alegre. Esta casa se va a quedar muy vacía. Espero que vengas a visitarme de vez en cuando.
- Claro que sí. Yo también te he cogido mucho cariño y también voy a echarte mucho de menos. – abracé a Bill con fuerza, sin su ayuda tal vez mi estancia hubiese sido más difícil de sobrellevar.
Un carruaje me esperaba en la entrada de la casa, cortesía de los señores. Me despedí de ellos con una sonrisa y me dispuse a marcharme. Fue entonces cuando alguien me cogió la mano. Mi corazón empezó a latir con fuerza al sentir el contacto de John tan cerca.
- Así que ya te vas, ¿no?
Asentí sin saber muy bien qué decir.
- Cuídate mucho. Quiero que sepas que aquí tienes un hogar para cuando te haga falta.
- Gracias. Espero que la próxima vez que escuche hablar de ti, sea a través de un bardo que narre tus proezas y hazañas. Entonces vendré a buscarte y te felicitaré. Hasta siempre.
Intenté darme la vuelta para marcharme, pero entonces John tiró de mí y me abrazó con fuerza. Sentir su cuerpo tan cerca del mío me produjo un escalofrío que me impidió reaccionar. Lo único que pude hacer fue percibir su aroma y disfrutar con la sensación que me embargaba.
- Hasta siempre. – se despidió cuando se separó de mí.
Subí al carruaje. Mientras me alejaba de allí, observé a través de la ventana a John que me observaba fijamente.
Cuando regresé a casa me alegré al ver que mi madre estaba mucho mejor. El dinero que le había ido enviando había servido para mejorar su salud. Pasamos una primavera y un verano bastante tranquilo. El invierno fue algo más duro pero conseguimos salir adelante. Todo parecía ir bien, después de todo. Aunque la imagen de John me asaltaba cada vez que la noche caía sobre mí. No podía evitar que mi corazón latiera con fuerza cada vez que su rostro aparecía en mi mente.
Un día, mientras recogía la cosecha, un niño se acercó a mí gritando a pleno pulmón.
- ¿Qué pasa, pequeño? – pregunté extrañada.
- Hay un señor que te busca. Está esperándote en la plaza.
- ¿Un señor? ¿A mí? ¿Estás seguro?
- ¡Sí! Tu madre me envió a buscarte.
- Gracias, voy en seguida.
Sin saber lo que iba a encontrarme, me encaminé hasta la plaza lo más deprisa que pude. Cuando llegué hasta allí, me detuve sorprendida. Sentado en uno de los bancos de madera había un caballero vestido con una armadura que brillaba cuando la luz del sol se reflejaba en ella. Me acerqué a él despacio.
- Disculpe, señor, ¿me estaba buscando?
El joven caballero se volvió y me miró con enorme sonrisa. Al verlo, creí que mis pies no me sostendrían.
- ¿John? ¿Eres tú?
- ¿Tú qué crees?
- Eres un caballero. Lo… lo has conseguido.
- Así es, ya soy un caballero de verdad.
- ¿Cómo ha ocurrido? – le pregunté entusiasmada.
John se encogió de hombros.
- Cuando te vi marchar me di cuenta de que podía hacer lo que quisiera si luchaba por ello, al igual que hiciste tú, pues viajaste muy lejos para salvar la vida de tu madre. Y lo conseguiste. Fue tu valor el que me dio fuerzas para luchar por aquello que deseaba.
- Sabía que lo conseguirías, pues en tu corazón anida un valor que no conocías.
- Lo sé, pero fue necesario que tú rompieses esa barrera que lo mantenía prisionero. Fue entonces cuando penetraste dentro de él y jamás he podido sacarte.
- ¿A qué te refieres? – pregunté intentando controlar el temblor de mis piernas.
- Te quiero, Alustriel. Desde el primer día en que te vi. He venido a pedirte que te cases conmigo.
Tuve que sentarme en el banco, porque ya no tenía fuerzas suficientes para continuar de pie. John se sentó conmigo y sostuvo mi rostro entre sus manos. Lo miré fijamente y entonces me besó. Fue mi primer beso y es algo que no olvidaré en toda mi vida.
Por supuesto que me casé con John, era lo que más deseaba en el mundo. Gracias a su valor, se convirtió en uno de los caballeros más importantes del reino y libró un sinfín de batallas con éxito. Fui muy feliz durante mucho tiempo, hasta que un cruel giro de los acontecimientos lo arrancó de mi lado para siempre. Aún vivo con su recuerdo, es por eso por lo que he querido contar mi historia, para que la suya propia jamás muera en el olvido.