miércoles, 29 de marzo de 2017

Aquello que dijiste


- No vas a dejarme nunca, ¿verdad?
Las palabras resuenan en mi mente haciéndome despertar de un profundo sueño. ¿Por qué, después de tantos años, aparecen ahora como por arte de magia? Cierro los ojos para atraer el descanso de nuevo, resultando ser una tarea imposible. Me incorporo en la cama y me acerco el móvil para ver la hora. Las cuatro de la mañana. Aún me quedan algo más de cuatro horas para tener que levantarme, sin embargo, dormir en estos momentos se escapa de mis manos. Así que hago lo primero que se me ocurre. Como aún sostengo el móvil en mi mano, decido echarle un vistazo a las redes sociales, en especial Twitter, que suele estar más concurrido a estas altas horas de la noche. Deslizo el dedo por la pantalla mientras los diferentes tweets pasan por delante de mis ojos sin darle demasiada importancia. Al final acabo viendo más publicidad que otra cosa, provocando que esa dichosa frase retorne a mi memoria, incansable.
Tal vez la pronunció hace tres, cuatro o cinco años. No lo recuerdo con exactitud. Lo que sí recuerdo a la perfección es el momento exacto en el que la dijo. Era de noche, podrían rondar las dos de la mañana. Ambos estábamos tumbados en mi cama, esperando a que el sueño nos sorprendiera leyendo, hablando o simplemente mirándonos. Sus dedos acariciaban mi pelo mientras yo me debatía entre la idea de leer un libro o tumbarme a su lado, sin más. Cuando ya parecía que me había decidido y alargué la mano para coger el libro, él me detuvo con su mano y me pidió que lo abrazara. ¿Cómo no iba a hacerlo si sus palabras y esa mirada compungida que me dedicaba me removía lo más bonito que yo tenía dentro? No sé cuánto tiempo permanecimos enlazados en ese abrazo, pero bien podrían haber pasado minutos enteros sin que ni siquiera nos percatásemos. Con el calor de su cuerpo recorriendo el mío levantó levemente la cabeza y me estampó un beso en la frente.
- No vas a dejarme nunca, ¿verdad? – me susurró con un leve toque de miedo.
Entonces me incorporé y lo miré a los ojos.
- Nunca. Si alguna vez esto se termina será porque tú así lo hayas elegido, no yo.
- ¿Me lo prometes? – me desarmaba cada vez que ponía esa carita de pena.
- Te lo prometo.
Mis palabras lo tranquilizaron, porque cerró los ojos y su respiración se volvió más profunda al cabo de pocos minutos. Me gustaba verlo dormir. Me gustaba ver cómo relajaba cada parte de su rostro, dándole una serenidad que se solía escurrir cuando aparecían los primeros rayos de sol.

Me sorprendo al descubrir unas lágrimas traicioneras deslizándose por mi rostro. Yo tenía razón. Lo nuestro se terminó cuando él lo eligió porque, aunque la relación no estaba pasando por su mejor momento, yo estaba dispuesta a luchar por ella con uñas y dientes, sin importarme las consecuencias. Pero él no tuvo fuerzas o ganas, no lo sé.
Intento respirar profundamente para aflojar la presión que se ha instalado en mi pecho. Tengo que dejar de darle vueltas o no podré volver a dormir y necesito estar descansada para lo que me espera mañana. Así que vuelvo a soltar el móvil en la mesita de noche y me acurruco bien entre las sábanas. Cierro los ojos e intento evocar imágenes en las que él no esté, imágenes que me tranquilicen y me hagan olvidar por un momento lo que ha pasado. Al cabo de pocos minutos, un dulce sopor me invade y consigo caer en las garras de Morfeo, que me acuna con dulzura entre sus brazos.

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