Nunca
he tenido el valor suficiente para contar mi historia, ahora lo hago tal vez
para demostrar que nuestros sueños pueden hacerse realidad. Yo vivía en una
pequeña aldea bastante pobre. Pertenecía a una familia humilde y debía trabajar
duro para tener algo que comer cada día. Mi padre murió cuando yo acababa de
cumplir los dieciocho años, provocando que todo el peso de la casa recayera
sobre mis hombros, ya que mi pobre madre siempre había estado delicada de
salud.
Ese
año sufrimos un crudo invierno que destrozó todas las cosechas, provocando que
el hambre se instalara en nuestro hogar como una sombra oscura que aprisionaba
mi corazón. No podía soportar ver cómo a mi madre le abandonaban las fuerzas
con el paso del tiempo, el brillo de sus ojos se volvía cada vez más tenue y su
aspecto se desfiguraba sin poder hacer nada para remediarlo.
Para
bien o para mal, las desgracias unían con fuerza a los habitantes de la aldea,
por lo que todos nos volcábamos para ayudar a nuestros vecinos. Al ver la
desesperación en mi rostro, una amiga de la familia me buscó un trabajo en la
casa de un adinerado caballero que había trabajado para el rey durante muchos
años y había conseguido el favor real para tener una vida cómoda. Debía
marcharme al día siguiente para dedicarme a mantener la casa limpia y ordenada,
mientras mi vecina cuidaba de mi madre y me mantenía informada de su salud por
medio de cartas.
Cuando
el sol apareció a través de las montañas me encaminé hacia mi destino. Después
de varias horas llegué hasta una colina coronada por una enorme casa,
construida de fuerte piedra y con un gran número de ventanas en las que
chisporroteaba una débil luz. Me acerqué decidida y llamé a la puerta. Me
recibió alguien que parecía ser un sirviente, vestido con sencillos pantalones
marrones y una camisa blanca, un tanto desgastada. Su rostro era afable y las
canas decoraban un cabello que antaño debía de haber sido negro como el ébano.
-
Disculpe señorita, ¿qué desea? – me preguntó con voz amable.
- Soy
Alustriel, la joven que empieza hoy a trabajar como sirvienta.
El
criado sonrió complacido.
- La
estábamos esperando. Pase, por favor.
Me
quedé maravillada cuando vislumbré el interior de la imponente casa. Una enorme
escalera coronaba la estancia, que permanecía iluminada por un buen número de
antorchas colgadas a lo largo de la pared. Además había varias esculturas
repartidas por la habitación que no supe identificar. El criado me condujo a
través de una puerta que se encontraba a la derecha del pasillo, justo antes de
llegar a la escalinata. Entré a una habitación más pequeña, rodeada de
estanterías que contenían una infinidad de libros. En el centro había una gran
mesa de madera, iluminada por el gran ventanal que presidía la habitación.
Delante de la mesa estaba sentado un joven bastante apuesto. Yo nunca había
tenido demasiada relación con hombres, pues siempre me había dedicado a ayudar
a mis padres. Él alzó sus verdes ojos hacía mí y sonrió encantado.
-
Eres Alustriel, ¿verdad? – su voz era muy grave, pero dotada de una dulzura
increíble.
- Así
es, señor. – contesté yo un poco turbada.
-
Perdona que no sea mi padre el que te reciba, pero ha recibido un mensaje del
rey. Bill te mostrará tus habitaciones y te explicará todo lo que necesitas
saber. Espero que tu estancia aquí sea de tu agrado.
- Así
será. Gracias.
El
criado, cuyo nombre había resultado ser Bill, me condujo escaleras arriba hasta
una de las últimas habitaciones del gran pasillo. Jamás me hubiera imaginado
que la estancia de una sirvienta brillara con tanta luz y poseyera tantas
comodidades como las que allí había. Solté mis escasas pertenencias en la cama
y lo observé todo con atención.
-
Tenga mucho cuidado, señorita. – dijo Bill, que permanecía en la puerta -.
Llevo muchos años en esta casa y lo he visto casi todo. No sería conveniente
que os relacionarais más de lo debido con el señor John.
- No
sé a qué te refieres, Bill. – inquirí yo un poco confusa.
Bill
suspiró con fuerza y sacudió la cabeza.
- Es
solo una advertencia. El señor John no suele tratar con demasiado respeto a las
doncellas que se instalan en esta casa. Quizás se sienta demasiado importante
debido al alto linaje de su padre. El caso es que no suelen durarle mucho las
doncellas.
- Lo
tendré en cuenta. Gracias, Bill. – contesté un poco asustada.
Bill
me enseñó todo lo que debía saber para hacer bien mi trabajo. Había dos mujeres
más que trabajaban en las cocinas. Yo me dedicaba a limpiar la casa, a lavar la
ropa y a servir la comida en algunas ocasiones. A los pocos días conocí a los
padres de John, dos personas muy elegantes y sofisticadas, pero educadas. La
verdad es que me trataban bien y no me hicieron sentir fuera de lugar en ningún
momento.
Trabajaba
cada día con los pensamientos puestos en mi madre. Cada semana recibía una
carta de mi vecina explicándome que todo marchaba bien. Yo le contestaba
contándole mis quehaceres y cerraba el sobre con el dinero que ganaba en el
interior.
Cuando
podía disfrutar de algún tiempo libre solía salir al gran jardín que se erguía
detrás de la casa, repleto de árboles y hermosas flores que bailaban al son del
viento. El joven John paseaba todas las tardes por el pequeño camino de piedra
que lo cruzaba. Siempre lo hacía solo. Al verme inclinaba la cabeza con
educación y me dedicaba una sonrisa que hacía temblar mis piernas.
-
¿Echas de menos a tu familia? – me preguntó un día.
- Sí…
sé que mi madre está bien pero no puedo evitar preocuparme. – le contesté un
tanto nerviosa.
- ¿Le
ocurre algo?
-
Está enferma. Su salud siempre ha sido delicada, pero la crudeza del invierno
la ha hecho empeorar.
- Ya
veo. Espero que estés cómoda aquí. – inquirió.
-
Claro que sí. – me apresuré a contestar -. Todos sois muy amables conmigo.
John
sonrió con dulzura. No podía creer que Bill tuviese razón sobre John, no
parecía el típico joven que se aprovechaba de las mujeres.
- Me
alegra oírlo. La verdad es que yo estoy cansado de estar aquí. Deseo marcharme
a conocer el mundo y poder hacer lo que de verdad deseo.
- ¿Y
qué es eso que tanto deseas? – me arrepentí en seguida se haber formulado la
pregunta.
John
me miró con una media sonrisa dibujada en su rostro. Parecía que iba a
contestar, pero entonces desvió su mirada hacia el horizonte, donde se podían
ver grandes montañas que decoraban el paisaje a lo lejos. Sus ojos brillaban
con un anhelo que me partió el alma, como si aquello que más deseaba fuese
imposible de realizar.
-
Durante toda mi vida he creído que sería un gran caballero como lo es mi padre,
me instruyó para ello. Pero entonces llegó el que sería mi hermano adoptivo, un
pobre huérfano que mis padres adoptaron para que tuviese una vida mejor. – John
hablaba sin mirarme a los ojos, pues su mirada permanecía fija en algún lugar
muy lejos de allí-. Todo parecía ir bien, pues por fin tenía un hermano con el
compartir mi tiempo. Pero entonces fuimos creciendo y él mostró unas aptitudes
maravillosas para convertirse en caballero, así que mi padre se volcó en su
formación, ignorándome por completo. Era su favorito, de eso no me cabía la
menor duda y todas mis sospechas se
hicieron realidad.
- Así
que es tu hermano el que se ha convertido en caballero, ¿no es así? – inquirí con
voz débil.
John
asintió con tristeza.
-
Durante toda mi vida he canalizado esta rabia haciendo todo lo que pudiese
molestar a mis padres, desde beber hasta quedar inconsciente hasta verme con
mujeres de dudosa reputación.
Por
fin comprendí lo que Bill quería decir al afirmar que tuviese cuidado con el
señor John. Era un joven atormentado por el rechazo de un padre que había
preferido a su hijo adoptivo antes que al propio, tal vez porque presentaba
aptitudes más aptas para aquello que él quería, aunque quizás no fuese más que
una fachada. Estaba claro que el padre de John permanecía ciego a la verdad y
no veía quién era el que de verdad se merecía su atención.
- De
todas formas yo me estoy instruyendo en secreto y algún día seré un caballero
como lo fue mi padre. – continuó diciendo John.
- Y
yo estoy segura de que lo conseguirás.
Después
de aquella tarde, todos los días paseaba junto a John mientras éste me contaba
la historia de su familia; cómo se habían forjado una gran reputación después
de haber servido al rey con honor y lealtad. A su vez, yo le hablaba sobre mi
vida, algo que no había hecho jamás con nadie, pero que con él me resultaba
demasiado fácil. El hecho de conocer más sobre John y que él supiera aquello
que anhelaba y temía hizo que forjáramos una amistad tan especial que un día
temí que se convirtiese en algo más profundo.
El invierno
llegó a su fin y la primavera llegó con un cálido sol que bañaba la tierra,
aportándole fuerza y energía para volver a florecer. Las cosechas por fin
regresarían y yo había ganado el suficiente dinero para volver a casa. Ya nada
me retenía allí y mi madre me necesitaba.
- La
voy a echar mucho de menos. – dijo Bill mientras me ayudaba a recoger mis cosas
-. Usted es una muchacha maravillosa y alegre. Esta casa se va a quedar muy
vacía. Espero que vengas a visitarme de vez en cuando.
-
Claro que sí. Yo también te he cogido mucho cariño y también voy a echarte
mucho de menos. – abracé a Bill con fuerza, sin su ayuda tal vez mi estancia
hubiese sido más difícil de sobrellevar.
Un
carruaje me esperaba en la entrada de la casa, cortesía de los señores. Me
despedí de ellos con una sonrisa y me dispuse a marcharme. Fue entonces cuando
alguien me cogió la mano. Mi corazón empezó a latir con fuerza al sentir el
contacto de John tan cerca.
- Así
que ya te vas, ¿no?
Asentí
sin saber muy bien qué decir.
-
Cuídate mucho. Quiero que sepas que aquí tienes un hogar para cuando te haga
falta.
-
Gracias. Espero que la próxima vez que escuche hablar de ti, sea a través de un
bardo que narre tus proezas y hazañas. Entonces vendré a buscarte y te
felicitaré. Hasta siempre.
Intenté
darme la vuelta para marcharme, pero entonces John tiró de mí y me abrazó con
fuerza. Sentir su cuerpo tan cerca del mío me produjo un escalofrío que me
impidió reaccionar. Lo único que pude hacer fue percibir su aroma y disfrutar
con la sensación que me embargaba.
-
Hasta siempre. – se despidió cuando se separó de mí.
Subí
al carruaje. Mientras me alejaba de allí, observé a través de la ventana a John
que me observaba fijamente.
Cuando
regresé a casa me alegré al ver que mi madre estaba mucho mejor. El dinero que
le había ido enviando había servido para mejorar su salud. Pasamos una
primavera y un verano bastante tranquilo. El invierno fue algo más duro pero
conseguimos salir adelante. Todo parecía ir bien, después de todo. Aunque la
imagen de John me asaltaba cada vez que la noche caía sobre mí. No podía evitar
que mi corazón latiera con fuerza cada vez que su rostro aparecía en mi mente.
Un día,
mientras recogía la cosecha, un niño se acercó a mí gritando a pleno pulmón.
-
¿Qué pasa, pequeño? – pregunté extrañada.
- Hay
un señor que te busca. Está esperándote en la plaza.
- ¿Un
señor? ¿A mí? ¿Estás seguro?
- ¡Sí!
Tu madre me envió a buscarte.
- Gracias, voy
en seguida.
Sin saber
lo que iba a encontrarme, me encaminé hasta la plaza lo más deprisa que pude. Cuando
llegué hasta allí, me detuve sorprendida. Sentado en uno de los bancos de
madera había un caballero vestido con una armadura que brillaba cuando la luz
del sol se reflejaba en ella. Me acerqué a él despacio.
-
Disculpe, señor, ¿me estaba buscando?
El
joven caballero se volvió y me miró con enorme sonrisa. Al verlo, creí que mis
pies no me sostendrían.
-
¿John? ¿Eres tú?
- ¿Tú
qué crees?
- Eres
un caballero. Lo… lo has conseguido.
- Así
es, ya soy un caballero de verdad.
-
¿Cómo ha ocurrido? – le pregunté entusiasmada.
John
se encogió de hombros.
-
Cuando te vi marchar me di cuenta de que podía hacer lo que quisiera si luchaba
por ello, al igual que hiciste tú, pues viajaste muy lejos para salvar la vida
de tu madre. Y lo conseguiste. Fue tu valor el que me dio fuerzas para luchar
por aquello que deseaba.
-
Sabía que lo conseguirías, pues en tu corazón anida un valor que no conocías.
- Lo
sé, pero fue necesario que tú rompieses esa barrera que lo mantenía prisionero.
Fue entonces cuando penetraste dentro de él y jamás he podido sacarte.
- ¿A
qué te refieres? – pregunté intentando controlar el temblor de mis piernas.
- Te
quiero, Alustriel. Desde el primer día en que te vi. He venido a pedirte que te
cases conmigo.
Tuve que
sentarme en el banco, porque ya no tenía fuerzas suficientes para continuar de
pie. John se sentó conmigo y sostuvo mi rostro entre sus manos. Lo miré
fijamente y entonces me besó. Fue mi primer beso y es algo que no olvidaré en
toda mi vida.
Por supuesto
que me casé con John, era lo que más deseaba en el mundo. Gracias a su valor,
se convirtió en uno de los caballeros más importantes del reino y libró un
sinfín de batallas con éxito. Fui muy feliz durante mucho tiempo, hasta que un
cruel giro de los acontecimientos lo arrancó de mi lado para siempre. Aún vivo
con su recuerdo, es por eso por lo que he querido contar mi historia, para que
la suya propia jamás muera en el olvido.
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