El niño que siempre miraba a las
estrellas era mi hermano. Su luz, decía, brilla como si de una pequeña hada se
tratase. Y es que él pensaba que esas fantásticas criaturas eran las
responsables de que millones de lucecitas brillasen en el oscuro cielo al caer
la noche. Yo sonreía al oír sus palabras, no podía cuestionar su imaginación,
pues lo único que estaría haciendo sería destruir aquello que mantiene el alma
con vida: la imaginación.
Mi hermano era un niño
completamente normal durante el día. Iba al colegio, jugaba con sus amigos,
leía algunos libros, estudiaba. Cuando el poderoso sol se alejaba para dejar
sitio a la blanca luna, mi hermano corría hasta la ventana de su habitación y
miraba las estrellas. Si alguna noche las nubes osaban ocultar su brillo,
entonces mi hermano lloraba. Era tanto su entusiasmo por aquellos pequeños
astros que una noche decidí observarlo detenidamente para intentar descifrar el
motivo de su inquietud. Permanecí en el umbral de la puerta de su habitación,
conformándome con observar a través de una pequeña abertura. Él pareció no
darse cuenta de mi presencia, pues no despegaba su mirada del oscuro cielo. No puedo
recordar con exactitud cuánto tiempo estuve allí, pero fue mucho, de eso estoy
segura. Los ojos de mi hermano brillaban de un modo especial, como si lo que
había allí arriba fuese lo más maravilloso del mundo. Es cierto que las
estrellas son muy hermosas, pero debía haber algo más, ¿verdad? Y lo había.
Llegó un momento en el que debía
luchar contra mis párpados para que no se cerrasen y me dejasen observar un
rato más. Fue entonces cuando oí algo que casi me hizo gritar.
- No, Anna, no te vayas todavía. – dijo mi hermano
con su cantarina voz quebrada por la inquietud.
Mi hermano, mi pequeño hermano de
apenas seis años había pronunciado el nombre prohibido. Si alguien en casa
osaba hacerlo, entonces tendría problemas. Y él lo había hecho. Miré hacia el
oscuro pasillo. No había nadie. Suspiré aliviada al comprobar que tan solo yo
lo había escuchado. Desvié la mirada hacia mi hermano y me sobresalté. Ya no
estaba junto a la ventana. Me atreví a abrir un poco más la puerta y lo
encontré tumbado sobre la cama, con sus dulces ojos anegados en suaves
lágrimas.
- Buenas noches, Anna. – dijo con tristeza.
No pude soportarlo más. Me marché
a mi habitación con mucho cuidado para evitar que alguien pudiera oírme. Cuando
me hallé en el interior, entonces otorgué libertad a mi sufrimiento y dejé que
las lágrimas desbordaran mis ojos. Sin saber bien por qué lo hacía, me acerqué
a la ventana y observé el cielo. Parecía el mismo de siempre, el que todas las
noches nos cubría con su oscuro manto. Tal vez fuese mi imaginación, pero
parecía que una de las estrellas era más grande que las demás y su brillo mucho
más intenso. Anna, mi pequeña Anna. ¿Estabas ahí? No fue necesario que nadie
contestase, pues algo en mi interior había cambiado. Esa profunda tristeza que
ahogaba mi alma parecía estar disolviéndose poco a poco, para ser sustituida
por algo mucho más cálido y luminoso, ¿nostalgia, tal vez? O más bien la
añoranza de algo ya pasado y que no iba a volver.
- ¡Mira Laura! Lo he hecho para ti. – gritaba la
vocecilla dulce y acompasada de mi pequeña Anna cuando acababa de cumplir tres
años.
Aparté la mirada de las estrellas
y miré hacia mi oscura habitación. La luz de esa pequeña estrella se había
colado a través de los cristales y me estaba regalando el recuerdo de mi Anna. Allí
estaba mi hermana, tan pequeña como la recordaba, con su cabello castaño cayéndole
sobre los hombros y su hermoso y entrañable rostro me dedicaba una tierna
sonrisa. Su manita me ofrecía un pequeño regalo que me había hecho con sus
propias manos: un hermoso collar decorado con flores que ella misma había
recogido del jardín. Me acerqué a ella y me coloqué a su altura para poder
mirarla a los ojos.
- Gracias, pequeña. Es lo más bonito que me han
regalado nunca. – le dije intentando contener las lágrimas.
- Prométeme que te lo pondrás todos los días. – me
pidió.
- No pienso quitármelo nunca. – le prometí.
Mi pequeña Anna sonrió satisfecha
y se marchó. La luz seguía brillando dentro de mi habitación pero ella ya no
estaba. Llevé el collar durante una semana entera, hasta que la luz de su
sonrisa se apagó para siempre y las flores comenzaron a marchitarse. Aún recuerdo
aquella llamada que recibí mientras estaba en el instituto.
-
Laura, tienes que venir a casa. Tu hermana no ha
podido resistir más.
La voz de mi madre se apagó hasta
que sólo pude escuchar el eco del sonido del teléfono. No recuerdo cómo llegué
hasta casa, lo único que puedo recordar es a mi hermano pegado al ataúd de
Anna, negándose a separarse de ella bajo ningún concepto. Ambos tenían tres
años en esos momentos. Habían permanecido unidos desde el día de su nacimiento
y ahora la delicada salud de mi hermana los había separado para siempre. Pero
todos nos equivocábamos. Anna seguía con él. Cada noche lo acompañaba para
aliviar su soledad e infundirle fuerzas y esperanzas para seguir hacia
adelante. Era eso lo que había hecho que mi pequeño hermano no se desmoronara,
y ahora lo entendía. Con el corazón latiéndome con fuerza, abrí un pequeño
joyero de cristal que tenía en mi mesita de noche. Allí estaba el hermoso
collar que mi Anna me había regalado días antes de perder la vida. Las flores
se habían oscurecido, pero aún conservaban un dulce aroma que llenó de luz mi
alma. Me puse el collar y me encaminé hasta la habitación de mi pequeño Aarón. Cuando
entré, comprobé que dormía plácidamente. Me tumbé a su lado en la cama y lo
abracé con fuerza.
- Te quiero, Laura. – me dijo con voz adormilada.
- Y yo a ti, pequeño mío.
Nuestro abrazo duró toda la
noche, acompañado por la calidez de una brillante luz que entró por la ventana
para arropar nuestro sueño.
No he necesitado mucho tiempo para darme cuenta de que te caracterizan tus enormes ganas de escribir y tu imaginación. Da gusto leer a alguien así.
ResponderEliminarPreciosa historia.
http://www.azucarycenizas.blogspot.com.es
Muchísimas gracias por tu comentario. Me he pasado por tu blog y me ha atrapado. Lo haré muy menudo, créeme.
ResponderEliminarFffff. Q bonito, la verdad es que traspasa la piel haciendo que las lagrimas afloren un poco pero eso es lo que supongo q buscas. No te quedas indiferente. :-)
ResponderEliminarMuchas gracias Yiramei, me alegra saber que la historia te ha llegado :)
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