Laira continuó con su búsqueda, decidida a
encontrar a la persona que había despertado un extraño sentimiento en su
interior, algo que la mantenía viva y le daba fuerzas para continuar hacia
delante. Deseaba con toda su alma volver a verlo, confesarle lo que sentía y
ponerle un final feliz a su historia. Pero ni ella misma sabía lo que podía
pasar, quizás no lo encontrara nunca, eso era una posibilidad que no podría
evitar por mucho que quisiera.
Caminó durante meses, de un lugar a otro,
visitando cada pueblo, preguntando a cada persona que se encontraba en el
camino. Sólo podía valerse de la descripción física de Jack, pues nada más
sabía de él. A todos los que prestaban oídos les contaba su historia, la
maravillosa historia que escribió con Jack. La gente se quedaba maravillada y
prometían no olvidarla jamás.
Buscó y buscó, pero no halló respuesta, ni siquiera
un leve indicio de su paradero.
A veces la invadía el desaliento y las fuerzas le
abandonaban. Pensaba que tal vez había perdido el tiempo buscando a alguien que
se había marchado para siempre.
Un día,
sentada a la orilla de un río, miró al cielo. Las nubes lo gobernaban esa
mañana, la oscuridad se cernía sobre el mundo y el sol no quería visitarlos ese
día. Se sintió desfallecer, pensó que era una señal, que el mismo cielo la
estaba instando a que abandonara, le gritaba en silencio que se marchara hacia
su hogar, que todo había sido en vano. Brillantes lágrimas afloraron a sus
ojos. Todo está perdido. – pensó -. Todo lo que viví con él se quedó en el
pasado, en un pasado que nunca volverá.
Algo llamó su atención. Una suave brisa hizo
bailar su cabello acompañada de una calurosa caricia en su rostro. Miró al
cielo de nuevo y vio un tenue rayo de sol haciéndose paso entre las nubes.
Sintió que su pesar iba desapareciendo y entonces comprendió que siempre hay
una esperanza.
Se incorporó y continuó con su camino. Una nueva
fuerza había nacido en su corazón y debía aprovecharla antes de que el
desaliento se apoderara de ella de nuevo.
Llegó a un pequeño pueblo buscando cobijo, la
noche la había alcanzado y estaba agotada. Una familia la acogió por esa noche,
se portaron muy bien con ella y le brindaron toda su hospitalidad. Tenían una
niña de cinco años. Laira simpatizó mucho con ella, adoraba a los niños.
Intentó dormir esa noche, pero era imposible, cada
vez que cerraba los ojos lo veía a él. Su recuerdo le hacía sentirse bien, pero
también le dolía muchísimo. No sabía el motivo, ni entendía por qué, lo único
que sabía era que tenía un mal presentimiento, estaba casi segura de que algo
malo iba a pasar.
Un leve golpe en la puerta la sacó de su
ensimismamiento.
- Pasa.
El picaporte giró y la puerta se abrió lentamente.
Una pequeña mano asomó y el rostro de una adorable niña vestida con un camisón
para dormir apareció entre la rendija.
Laira la miró y sonrió.
- ¿Qué haces despierta a estas horas? – preguntó
Laira extrañada.
- No puedo dormir y tú dijiste que tenías una
historia muy bonita en ese libro que llevas siempre contigo, ¿me la puedes
contar?
- Está bien. Ven que te la voy a contar, pero
después tienes que dormir, ¿eh?
La pequeña asintió. Laira cogió el libro para
leerlo, pero entonces se dio cuenta de que no lo necesitaba, se sabía la
historia de memoria.
Comenzó a contársela y se sorprendió al ver que la
pequeña cerró sus ojos justo al final. La dejó dormir a su lado toda la noche,
lo cierto es que adoraba a esa niña.
Al amanecer, Laira despertó a la pequeña.
- ¿Te gustó la historia?
- Mucho, ¿la has escrito tú?
- Así es, pero no lo hice sola, me ayudó un amigo.
- ¿Tu novio?
Laira rió.
- No, sólo un amigo.
- Pues entonces debes de quererlo mucho, porque
cada vez que hablas de él te brillan los ojos.
Laira no dijo nada, aunque la sorprendió el
comentario de la pequeña.
- Bueno, debemos ir a desayunar.
Ambas se vistieron y bajaron al comedor. La niña
les contó a sus padres lo que había hecho esa noche y no dejó de sonreír en
todo momento.
Después de desayunar, Laira comunicó que se tenía
que marchar. No sabía que camino seguir, pero no podía quedarse en esa casa
eternamente.
Se fue lo más rápido que pudo para no perder
tiempo, acompañada de los deseos de buena suerte por parte de la familia que la
había acogido.
- Nunca olvidaré tu historia. – fue lo que le dijo
la pequeña antes de que Laira se marchara.
Caminó sin descanso durante tres días. Hasta que
por fin llegó a una gran ciudad repleta de gente. Recorrió media ciudad en
busca de una posada barata para poder pasar la noche, pero no encontró ninguna.
Caminando sin rumbo, llegó a una pequeña plaza con
una hoguera en el centro. Había mucha gente sentada alrededor. Laira se acercó
y escuchó. ¡Estaban contando historias! Decidió pasar la noche allí y
sumergirse en mundos llenos de fantasía que la harían olvidar su vida por un
momento.
Escuchó historias bellísimas en las que siempre
había un final feliz. Llegó un momento en que ya nadie tenía nada más que
contar y dispusieron marcharse.
- Esperen, me gustaría contar una historia a mí
también.
- ¡Estupendo! ¡Te escuchamos!
Laira comenzó con su historia, miró a su alrededor
y vio que todos la miraban interesados, desde el hombre más mayor hasta el niño
más pequeño. Todos la escuchaban. Pero había alguien que la miraba con los ojos
muy abiertos, con cara de sorprendido. Prefirió no darle importancia y continuó
con su narración. Al finalizar, recibió el aplauso de todos ellos, incluido el
del hombre que la miraba tan sorprendido.
Los primeros rayos del sol aparecieron en el cielo
y todos se marcharon, no sin antes felicitar a Laira por tan bella historia.
La muchacha se sorprendió al ver que alguien
continuaba allí, observándola. Lo miró y enarcó una ceja. El hombre se acercó a
ella con paso cauteloso.
- ¿Laira? – preguntó sin dejar de mirarla a los
ojos.
- Sí… ¿quién eres tú? – preguntó con el ceño
fruncido.
- Es normal que no me reconozcas, he cambiado
mucho y tú también. No te hubiera reconocido si no hubiera sido por esa
historia que contaste… por nuestra historia.
Al oír eso, Laira dio un respingo y miró a los
ojos al desconocido, entonces supo quién era el que estaba frente a ella.
- ¿Jack? ¿Eres tú?
- ¿Quién más?
- ¡Dios mío! Estás aquí, por fin te he encontrado,
no puedo creerlo, tanto tiempo buscándote y al final…
- ¡Espera! ¿Me has estado buscando? – interrumpió
Jack sorprendido.
- Durante casi un año. Pero ha valido la pena,
porque al fin te he encontrado.
- ¿Para qué me buscabas?
- Necesitaba hacerlo, porque desde que te fuiste
no he dejado de pensar en ti ni un solo instante. Además, ¿no te has dado
cuenta? Nuestra historia no tiene título, debemos dárselo.
- Claro, entiendo.
Laira enarcó una ceja.
- ¿Qué te pasa? Estás muy raro, ¿no te alegras de
verme?
- Claro que me alegro, solo que… que las cosas han
cambiado. Yo he cambiado y tú también.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que estoy a punto de casarme. – al ver la
expresión de asombro de la joven, añadió -. Sí, Laira. Me he enamorado y estoy
a punto de casarme, lo siento de verdad, jamás pensé que tú sintieras algo así
por mí, creía que sólo me veías como un amigo. Lo siento.
- No lo sientas. – replicó Laira sin poder
contener las lágrimas -. Ya todo da igual, debí suponerlo. Lo cierto es que
nunca creía con certeza que tú me amaras, pero sí lo soñé y lo deseé con todo
mi corazón, pero ahora sé que fui una estúpida. Que jamás debí haber puesto los
ojos en ti. Siento haberte molestado, voy a regresar a mi casa. Y si no te
importa, me llevo la historia conmigo. Será un hermoso recuerdo.
- Claro, puedes llevártela. No hay persona que se
la merezca más que tú. No sabes como siento haberte hecho tanto daño, nunca
quise hacerte sufrir, perdóname.
- No puedo, lo siento. Adiós Jack, hasta siempre.
- Adiós, Laira, jamás podré olvidarte.
Yo
tampoco, por más que lo desee, jamás podré olvidarte. – pensó Laira mientras se alejaba
Jack se quedó mirándola hasta que desapareció de
su vista, preguntándose si había hecho bien, si ese dolor que sentía en su
corazón era algo más que amistad. No obstante, era demasiado tarde y lo sabía.
Laira se alejó de la ciudad lo más deprisa que
pudo. Tardó casi seis meses en volver a su hogar, pero al fin lo consiguió.
Subió al claro del bosque y se sentó en la roca en la que había conocido a
Jack, con la vista clavada en el horizonte. El cielo estaba nublado, las nubes
no dejaron que la muchacha contemplara los rayos del sol. En sus manos tenía
una historia sin título, una historia recordada con amor por muchos y con
amargura por una sola persona, destinada a vivir de sus recuerdos. Pero había
algo más extraño aún, esa muchacha sentía algo en su corazón, algo que le daba
calor y fuerzas, algo que la hacía sonreír de vez en cuando, un pequeño rayo de
esperanza iluminaba su interior, pidiéndole que esperara, que aún no había
terminado todo.
- Por desgracia, no todas las historias terminan
con un final feliz. – dijo con un hilo de voz.
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