Cuenta
una antigua leyenda la historia de una joven princesa que siempre soñó con ver
más allá de lo que le permitían. Vivía en un hermoso castillo apartado de toda
civilización, acompañada tan solo de sus padres y los criados destinados a
satisfacer todos sus deseos. Cualquier joven del pueblo desearía poseer aquello
que Lasaralem tenía, sin embargo, en el corazón de la princesa reinaba un vacío
que oscurecía cada uno de sus días. Perdió a su madre cuando tenía tan solo
cinco años, una tragedia que apagó cualquier atisbo de felicidad que pudiese
reinar en el castillo. Su padre la protegía mucho, quizás demasiado, movido por
el temor de que le sucediera lo mismo que se llevó a su esposa. Por eso no le
permitía salir del castillo bajo ningún concepto.
Un
día, Lasaralem no pudo aguantar más estar rodeada de esas paredes de piedra que
le helaban el alma y decidió escapar al mundo exterior montada en uno de los
caballos que su padre guardaba en el establo. Aprovechó las primeras horas de
sol, cuando el castillo aún dormía, para evitar ser descubierta por alguien. Cabalgó
a galope tendido para descubrir el mundo que la rodeaba y que había permanecido
oculto durante tantos años. Sentir cómo la brisa golpeaba su rostro y hacía
bailar su cabello le provocó una sensación de libertad que nunca creyó sentir.
Después
de varias horas de camino, detuvo a su montura y se recostó bajo la copa de un
gran árbol que se alzaba orgulloso en mitad de un prado. A través de sus ramas
se filtraba la cálida luz del sol, provocándole una calidez que la adormeció de
inmediato. Mientras dormía, otro caballo se acercó sigiloso. Un apuesto jinete
se apeó y observó a la joven que dormía tranquilamente. Maravillado por su
belleza, permaneció a su lado durante largo rato. La joven abrió los ojos y se
levantó de un salto al ver a un desconocido junto a ella.
-
¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – preguntó asustada.
- No
temas. – intentó tranquilizarla el joven -. No voy a hacer daño. Pasaba por
aquí y quería asegurarme de que estabas bien.
-
Pues estoy perfectamente. – inquirió Lasaralem molesta.
El
joven sonrió y le tendió su mano.
- Soy
el príncipe Gilthian. Y tú eres...
Lasaralem
miró la mano del príncipe desconcertada. No podía decirle quién era, porque si
revelaba su identidad su padre descubriría que había escapado y no volvería a
salir del castillo jamás.
-
Soy...soy una doncella del castillo que hay en aquella colina. - mintió la
princesa señalando hacia su castillo.
- ¿Y
puedo saber qué hace una doncella sola en medio del campo? ¿No deberíais estar
trabajando para vuestra señora? - preguntó suspicaz el príncipe.
- Mi
señora me ha enviado a hacer un recado y debo volver ya. - antes de que
Lasaralem pudiera acercase a su caballo para marcharse, el príncipe la cogió
del brazo.
- Espera,
no te marches aún.
Lasaralem
sintió cómo esos ojos verdes se clavaban en su corazón, que comenzó a latir con
mucha fuerza.
- Lo
siento, debo regresar ya. Deben estar preocupados por mí.
-
¿Podré verte otro día? – preguntó el príncipe esperanzado.
Lasaralem
se encogió de hombros.
-
Para mí no es fácil salir del castillo, no creo que nuestros caminos puedan
volver a cruzarse. – dicho esto, Lasaralem montó en su caballo y se alejó de
allí lo más deprisa que pudo.
El
príncipe la vio alejarse, no podía desviar la mirada de la muchacha. Sentía cómo
su corazón latía apresuradamente, deseaba volver a ver a esa mujer y estaba
dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo.
Lasaralem
consiguió llegar hasta su habitación sin que nadie se percatase de que se había
marchado. Sin embargo, cuando cruzó la puerta de su estancia, una furiosa
doncella la estaba esperando.
- ¿Se
puede saber dónde has estado? – le preguntó con un hilo de voz.
-
Anna, lo siento mucho. – Lasaralem no podía mentir a la mujer que había sido
una madre para ella.
- Has
salido del castillo, ¿no es así?
-
Necesitaba hacerlo, no podía aguantar ni un minuto más estar rodeada de esta
fría piedra.
Anna
suspiró con fuerza y se acercó a la princesa. Lasaralem pensó que la golpearía
para castigarla, por eso abrió mucho los ojos cuando Anna la abrazó con fuerza.
- Mi
pobre niña.
-
Anna – dijo Lasaralem en un susurro -. He conocido a un hombre ahí fuera y en
mi corazón siento algo desconocido para mí.
Rompieron
su abrazo y Anna la miró con lágrimas en los ojos.
-
Toda joven necesita vivir el primer amor con intensidad y no voy a permitir que
nadie te arrebate eso, ni siquiera tu propio padre.
-
¿Qué quieres decir? – preguntó Lasaralem confundida.
Anna
le contó cómo ella vivió su primer amor y lo dejó escapar movida por otros
intereses que, al final, la condujeron hacia la soledad más absoluta. Le habló
del amor y de cómo cambia tu vida cuando conoces a alguien que enciende una cálida
llama en el fondo de tu corazón.
- Si
deseas volver a verlo, yo te ayudaré a escapar del castillo cada mañana. – le propuso
su doncella.
- No
puedo hacerlo, ni siquiera sé dónde encontrarlo.
-
Vuelve al lugar dónde lo has conocido, si lo encuentras es que él siente lo
mismo que tú, si no, entonces sabrás que no merece la pena.
Así
lo hizo. Lasaralem salió al amanecer del castillo y cabalgó hacia aquel árbol,
con la seguridad de que no encontraría a nadie allí. Cuál fue su sorpresa
cuando llegó y vio al príncipe Gilthian recostado en el tronco del árbol, con
la vista clavada en el sendero. Lasaralem pudo ver que en su rostro bailaba una
hermosa sonrisa.
- Has
vuelto. – dijo él.
- Así
es.
Ambos
se acomodaron bajo el árbol y hablaron durante horas. Cuando el mediodía se
cernió sobre ellos, Lasaralem volvió al castillo con la promesa de volver al
día siguiente.
Pasaron
los días y Lasaralem comenzó a sentir emociones que habían permanecido ocultas
en lo más hondo de su ser. Ahora estaba desbordada y no podía dejar de pensar
en ese joven que las había despertado. Nunca tuvo el valor suficiente para
confesarle quién era en realidad por miedo a que su mentira provocara que
desapareciera para siempre, por eso él pensaba que su nombre era Anna. Gilthian
le confesó un día que su hogar estaba lejos de allí, pero su padre se
encontraba en negociaciones con el rey de esa zona, por eso se alojaba en un
pequeño castillo cerca del pueblo. Lasaralem se dio cuenta de que ese rey era
su propio padre.
-
Anna, ¿quieres casarte conmigo? – le preguntó Gilthian.
Ella
pensó que su corazón saldría disparado de su pecho. Quería decirle que sí, era
lo que más deseaba en el mundo, pero para ello necesitaría el consentimiento de
su padre y no tendría otra opción que contarle la verdad.
Al
ver su desconcierto, Gilthian le preguntó:
- ¿No
quieres casarte conmigo?
- No
es eso. Claro que quiero casarme contigo. Es algo más complicado.
-
¿Qué ocurre?
- Te
he mentido, Gilthian. Mi nombre no es Anna, sino Lasaralem. Soy la princesa de
este reino. – le confesó.
El
príncipe permaneció en silencio durante largo rato. Lasaralem estaba segura de
que le reprocharía el haberle mentido y se arrepentiría de su propuesta.
-
Estoy enamorado de ti, te llames Anna o Lasaralem. No me importa quién seas.
La
princesa sintió que aquello que aprisionaba su corazón desaparecía. Ahora sabía
que de nada le había servido mentir, pues el amor va más allá de cualquier
apariencia. Ella le prometió que hablaría con su padre para que él pudiese
pedir su mano.
Lasaralem
se armó de valor y se encaminó hacia su castillo para enfrentarse a su padre. Esperaba
que él pudiera entender que lo ella sentía era real y que necesitaba ser feliz.
El rey estaba reunido ese día, así que no tuvo más remedio que esperar. Cuando
por fin se quedaron a solas, se acercó a él. Al verla, el rey se levantó de su
trono.
- Me
alegra verte, hija mía. Tengo algo que decirte.
-
Dime, padre.
- Un
orgulloso rey nos ha declarado la guerra por el simple hecho de haberle negado
la venta de unas tierras que son nuestras. Esas tierras han pertenecido a la
familia de tu madre durante décadas y, tras su muerte, tú las heredaste. No voy
a permitir que nadie te las quite, es por ello que mañana tendré que ir a
batalla. Pero no temas, somos superiores en número, estoy seguro de que
saldremos victoriosos.
Lasaralem
sabía que ese no era el mejor momento para hablarle a su padre de un posible
compromiso, así que decidió esperar hasta después de la batalla.
A la
mañana siguiente, los soldados se marcharon comandados por su rey al campo de
batalla. Lasaralem pidió a su madre que los protegiese y que permitiese que su
padre llegase a casa sano y salvo. Anna le hizo compañía durante todo el día. Cuando
cayó el sol, los soldados victoriosos llegaron al castillo y celebraron una
gran fiesta por la victoria.
Cuando
todos estuvieron sentados en la mesa, el rey dio un discurso. Lasaralem lo
escuchó con atención, pero cuando llegó a la parte en que narraba la batalla
desvió su atención hacia otro asunto. Pero algo la hizo regresar al presente,
su corazón dio un vuelco cuando su padre dijo:
-
Luché con él en un duelo cuerpo a cuerpo, sólo uno de los dos saldría
victorioso. O ese chico era demasiado cobarde o era estúpido, yo le lanzaba
estocadas y le daba la oportunidad para que me golpeara, pero lo único que
hacía era defenderse, jamás me atacó. Lo dejé herido de muerte, pero no lo
maté, aunque pienso que debe de estar muerto a estas horas. Ese príncipe era un
debilucho como su padre.
-
¿Cuál era el nombre de ese príncipe, padre? - preguntó Lasaralem muy nerviosa.
- ¿Qué
importa eso ahora?
- Es
Gilthian, mi señora. – contestó uno de los soldados.
Lasaralem
sintió por un momento que su corazón dejaba de latir. El hombre que amaba y con
el que iba a casarse se debatía entre la vida y la muerte, y todo por culpa de
su padre. Sin pensárselo dos veces, salió del salón, corrió hacia el establo y
cabalgó sin descanso hasta que llegó al castillo de su amado. Consiguió entrar
sin problemas, ya que no había guardias apostados en la entrada, todos estaban
pendientes de la vida del príncipe. Encontró su habitación y entró de
inmediato. Allí estaba, en su lecho de muerte. Todos se apartaron cuando la
vieron acercarse. Gilthian la miró y sonrió:
- Lo
siento, mi amor. No voy a poder casarme contigo, voy a un lugar a dónde no
puedes seguirme.
-
Perdona a mi padre por haberte hecho esto. - dijo Lasaralem sin poder dejar de
llorar.
-
Supe que era tu padre en el momento en que vi sus ojos, eran iguales a los
tuyos. No quise hacerle daño, por eso no lo ataqué, pero él no sabía quién
era yo, es por eso que no le guardo ningún rencor, no es culpable de nada,
sólo cumplió con su deber.
- No
puedo dejar que te vayas, Gilthian. No lo voy a permitir.
El
príncipe acarició el rostro de la joven.
- No
podemos hacer nada para evitarlo, pero quiero que sepas que siempre estaré
contigo. No lo olvides.
Lasaralem
lo abrazó llorando amargamente. Con las últimas fuerzas que le quedaban,
Gilthian se incorporó y besó a la princesa.
- Te
quiero, Lasaralem, y te querré siempre. - dijo Gilthian antes de caer en un
sueño eterno.
Todos
lloraron la pérdida del noble príncipe. Le dieron una sepultura digna de un
rey. Lasaralem lo acompañó durante todo el funeral. Después de ese día, jamás
volvieron a verla.
Lo
más extraño de todo es que después de la muerte del príncipe y de la
desaparición de la princesa, florecieron muchísimas flores blancas alrededor
del árbol dónde se conocieron. Cuentan algunos campesinos que siempre ven a dos
amantes bailando al son del viento bajo sus ramas. Cuando se acercan a ellos,
desaparecen, para volver a aparecer una vez que éstos se han marchado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario