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No vas a dejarme nunca, ¿verdad?
Las
palabras resuenan en mi mente haciéndome despertar de un profundo sueño. ¿Por
qué, después de tantos años, aparecen ahora como por arte de magia? Cierro los
ojos para atraer el descanso de nuevo, resultando ser una tarea imposible. Me
incorporo en la cama y me acerco el móvil para ver la hora. Las cuatro de la
mañana. Aún me quedan algo más de cuatro horas para tener que levantarme, sin
embargo, dormir en estos momentos se escapa de mis manos. Así que hago lo
primero que se me ocurre. Como aún sostengo el móvil en mi mano, decido echarle
un vistazo a las redes sociales, en especial Twitter, que suele estar más
concurrido a estas altas horas de la noche. Deslizo el dedo por la pantalla
mientras los diferentes tweets pasan por delante de mis ojos sin darle
demasiada importancia. Al final acabo viendo más publicidad que otra cosa, provocando
que esa dichosa frase retorne a mi memoria, incansable.
Tal
vez la pronunció hace tres, cuatro o cinco años. No lo recuerdo con exactitud.
Lo que sí recuerdo a la perfección es el momento exacto en el que la dijo. Era
de noche, podrían rondar las dos de la mañana. Ambos estábamos tumbados en mi
cama, esperando a que el sueño nos sorprendiera leyendo, hablando o simplemente
mirándonos. Sus dedos acariciaban mi pelo mientras yo me debatía entre la idea
de leer un libro o tumbarme a su lado, sin más. Cuando ya parecía que me había
decidido y alargué la mano para coger el libro, él me detuvo con su mano y me
pidió que lo abrazara. ¿Cómo no iba a hacerlo si sus palabras y esa mirada
compungida que me dedicaba me removía lo más bonito que yo tenía dentro? No sé
cuánto tiempo permanecimos enlazados en ese abrazo, pero bien podrían haber
pasado minutos enteros sin que ni siquiera nos percatásemos. Con el calor de su
cuerpo recorriendo el mío levantó levemente la cabeza y me estampó un beso en
la frente.
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No vas a dejarme nunca, ¿verdad? – me susurró con un leve toque de miedo.
Entonces
me incorporé y lo miré a los ojos.
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Nunca. Si alguna vez esto se termina será porque tú así lo hayas elegido, no
yo.
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¿Me lo prometes? – me desarmaba cada vez que ponía esa carita de pena.
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Te lo prometo.
Mis
palabras lo tranquilizaron, porque cerró los ojos y su respiración se volvió
más profunda al cabo de pocos minutos. Me gustaba verlo dormir. Me gustaba ver
cómo relajaba cada parte de su rostro, dándole una serenidad que se solía
escurrir cuando aparecían los primeros rayos de sol.
Me
sorprendo al descubrir unas lágrimas traicioneras deslizándose por mi rostro.
Yo tenía razón. Lo nuestro se terminó cuando él lo eligió porque, aunque la
relación no estaba pasando por su mejor momento, yo estaba dispuesta a luchar
por ella con uñas y dientes, sin importarme las consecuencias. Pero él no tuvo
fuerzas o ganas, no lo sé.
Intento
respirar profundamente para aflojar la presión que se ha instalado en mi pecho.
Tengo que dejar de darle vueltas o no podré volver a dormir y necesito estar
descansada para lo que me espera mañana. Así que vuelvo a soltar el móvil en la
mesita de noche y me acurruco bien entre las sábanas. Cierro los ojos e intento
evocar imágenes en las que él no esté, imágenes que me tranquilicen y me hagan
olvidar por un momento lo que ha pasado. Al cabo de pocos minutos, un dulce
sopor me invade y consigo caer en las garras de Morfeo, que me acuna con
dulzura entre sus brazos.