Llevo
varias noches sin poder dormir. Los recuerdos de antaño han vuelto para
quedarse. Bajo la luz de las estrellas he decidido plasmar todo aquello que hoy
me atormenta como panacea para aliviar mi angustia. Todo comenzó con el
descubrimiento que hice cuando tan sólo tenía diez años. Salí a jugar como
hacía cada día. Tal vez me alejé más de lo debido, pero no soportaba a los
demás niños del pueblo que tenían un modo muy particular de divertirse, con el
que no me sentía bien. Bajo el cobijo de las copas de los árboles creaba mi
propio mundo, un lugar al que sólo yo podía viajar. Lo dotaba de todo aquello
que me gustaba, ignorando las trabas que nos imponían en un mundo que la gente
se empeñaba en denominar como real.
Mientras dejaba que mi imaginación me guiara por su camino, me di cuenta de que
tenía sed. Así que me acerqué a un pequeño riachuelo que corría cerca de allí.
Me arrodillé para alcanzar sus aguas cristalinas y sentí algo extraño en mis
piernas, como si una parte de la tierra se hubiera endurecido caprichosamente.
Busqué con mis manos desnudas y lo que encontré me hizo sentir la niña más
afortunada del mundo. De entre la tierra húmeda surgió un pequeño cofre ¿Qué podría
haber ahí dentro? ¿Un tesoro?
-
¿Por qué no? – me pregunté. Tal vez el mundo que yo había creado para mí estaba
empezando a tomar forma.
Me
sorprendió la facilidad con la que logré abrirlo, como si hubiera estado
esperando a que yo lo encontrase ese mismo día. Pero dentro no había ningún
tesoro, o al menos no estaba repleto de oro y de joyas. Lo que aguardaba
pacientemente en el interior era un manuscrito que databa de hacía más de cien
años. Imaginaos lo que eso significó para una niña que jamás había salido de su
pueblo y que sólo podía leer aquello que los sacerdotes consideraban apropiado
para nosotros. Mi pueblo permanece alejado de toda civilización desde que tengo
memoria. Se construyó una fuerte muralla alrededor para evitar que ningún intruso
se colase en el interior, pero también para que ninguno de sus habitantes
pudiese salir de allí. ¿Cuál era el motivo de este encierro? Pues evitar que
los peligros y las enfermedades del exterior pudiesen hacernos daño. Al menos
eso era lo que nos contaban los sacerdotes, y no nos quedaba más remedio que
creer sus palabras. Sin embargo, fue ese manuscrito el que me ayudó a descubrir
la verdad.
No
era una declaración de derechos ni las memorias de un hombre olvidado por el
mundo; era una historia, pero no una cualquiera, era la historia de un mundo
imaginado por un hombre que un día soñó con algo mejor, al igual que yo. Marc
Thomson. Ése era su nombre. Mi cuerpo comenzó a temblar violentamente cuando
comencé mi lectura. Pensaréis que estaba loca, pero cada palabra que mi mente
procesaba provocaba un estremecimiento en mi interior, despertando la chispa de
un anhelo que guardaba en mi corazón desde hacía mucho tiempo. La noche se
cernía sobre el mundo y la oscuridad me impidió continuar. Estuve a punto de
devolver el manuscrito a su lugar, pero algo me dijo que debía llevármelo y acabar
con la lectura lo antes posible. No me separé de él hasta que devoré cada una
de sus páginas. Menuda sorpresa me llevé cuando al final de ese libro el propio
Marc Thomson había dejado un mensaje. Tal vez con la esperanza de que alguien
lo leyese, con tan mala suerte que nadie lo había hecho hasta aquel día en que
decidí alejarme más de la cuenta. Debo admitir que en un principio no creí en
sus palabras, incluso mi mente de niña tenía la intención de tildarlo de loco.
Por fortuna un rayo de luz se filtró en mi corazón provocando que la
comprensión y la curiosidad se adueñaran de mi alma. Estoy segura de que estáis
deseando saber qué decía al final de ese manuscrito. No era más que la
confesión de un hombre que pedía ayuda a gritos. Marc Thomson afirmó que
escribir ese manuscrito lo había conducido a la muerte, porque antes de escribir
estas últimas palabras él ya conocía su destino. Me sorprendí al comprobar lo
que se parecía a mí. Había creado un mundo imaginario en el que habitaban
criaturas surgidas de su imaginación, tan diferentes a los seres humanos como
la tierra lo es del agua, pero con tanto en común que era difícil no empatizar
con ellos de alguna forma. Marc afirmaba que había creado ese mundo con la
intención de permitir a la gente soñar con algo hermoso que los ayudara a
continuar su camino con una sonrisa dibujada en sus rostros. Pero sucedió algo
que lo cambió todo por completo, un hecho que debió guardar en el más profundo
secreto. No lo hizo, quiso compartir su felicidad con sus vecinos, los mismos
que lo condujeron al final de su vida.
Una
tarde se dispuso a escribir como hacía cada día, pero en esta ocasión decidió
hacerlo en un claro del bosque para disfrutar de la paz que le otorgaba la
soledad. Todo fluía con normalidad, su pluma se deslizaba por el papel cual
pincel en un lienzo. De pronto algo cambió, de las letras comenzó a emanar un
extraño brillo sobrenatural que lo obligó a detenerse. Se frotó los ojos
pensando que podía deberse al cansancio provocado por las numerosas horas que
llevaba escribiendo. Sin embargo el brillo se intensificaba por momentos hasta
que del libro surgió una luz potente que se transformó en una figura. Marc dejó
caer el libro al suelo y se apartó de él. Quería huir, pero su curiosidad era
más fuerte. La figura se convirtió en una mujer que a simple vista parecía
humana, pero si prestabas atención, podías darte
cuenta de que sus orejas eran más puntiagudas de lo normal, sus ojos tenían la
forma de una almendra y brillaban con mucha intensidad. Sus extremidades eran
ligeramente más extensas que las de cualquier persona y en su frente tenía
grabado un símbolo que parecía una especie de pájaro.
-
¿Quién eres? – preguntó Marc con un hilo de voz.
-
Sabes quién soy. Tu mente ha sido la que me ha dado la vida. – la voz de la
mujer era melodiosa, como si en lugar de hablar, cantara cada palabra.
-
No puede ser… me estoy volviendo loco. – Marc pensaba que su obsesión por ese
mundo que había creado estaba llegando al límite. Tal vez debería parar y
volver a su mundo, antes de que fuese demasiado tarde.
-
Si ni tú mismo crees en lo que ves, ¿cómo pretendes que la gente del pueblo
crea en tus palabras?
-
Pero no deben creer que tenéis vida, que sois reales, ¿o sí? – preguntó Marc
muy confuso.
La
mujer suspiró y clavó su penetrante mirada en el desconcertado rostro del pobre
Marc.
-
No soy real en tu mundo, Marc. Pertenezco a ese otro mundo que has creado para
nosotros. Pero existe un problema, y es que tú solo no tienes la fuerza
suficiente para mantenerlo con vida eternamente. Necesitamos a más personas
como tú que escriban sobre nosotros y construyan nuestra vida y nuestra
historia.
-
¿Y qué puedo hacer yo? – la seriedad que estaba adquiriendo el asunto empezó a
darle mucho miedo.
-
Debes hablar de tu historia, permitir que aquellos que estén interesados la
lean y continúen dándole forma a nuestra vida.
Marc
lo meditó durante unos instantes. No parecía demasiado complicado, lo único que
tenía que hacer era hablar a sus vecinos del libro que estaba escribiendo y
exponer la importancia que tenía que ellos aportasen su granito de arena para
que el mundo que él había creado con tanto cariño continuara su curso. Y así se
lo hizo saber a la mujer. Regresaría al pueblo y cumpliría con su cometido.
Había llegado a amar tanto aquel mundo que el mero pensamiento de que algún día
pudiese dejar de de existir impregnaba su alma de una angustia indescriptible.
Marc
reunió a sus vecinos en la plaza del pueblo y les habló de su libro. Les dio
todos los detalles que necesitaban para que al leerlo pudiesen continuar con la
historia. Pero Marc cometió un error, un error que pagaría con su propia
sangre. Les habló de la mujer, de cómo se había presentado ante él para pedirle
este favor. Y el pueblo se alzó ante él llamándolo loco, incluso llegaron a insinuar
que podría llegar a ser peligroso. Sus continuos paseos en soledad y su
reticencia a hablar con los demás ayudaron a que esta idea se formase en la
mente de aquellos que habían compartido su vida con él, de alguna u otra forma.
Uno de ellos, aquel hombre que siempre le daba los buenos días cuando pasaba
por delante de su panadería, le pidió que se retractase de lo que había dicho y
confesase que no había sido más que una broma pesada. Marc continuó haciendo
honor a la verdad y reiteró sus palabras. Esa lealtad que mostró hacia aquel
mundo que había nacido del lento fluir de su mano sobre aquel papel en blanco
lo obligó a huir de allí mientras una masa enfervorecida corría tras él para
encerrarlo. Corrió como nunca lo había hecho. Consiguió despistarlos el tiempo
suficiente para escribir un último mensaje y enterrar su manuscrito junto al
río que fluía cerca del claro dónde la mujer había aparecido hacía tan poco
tiempo. Marc intentó marcharse de aquel pueblo que no conseguía abrir su mente,
alegando que todo lo que había dicho era un atentado contra la palabra de Dios,
y contra eso, nada podía hacer. Lo atraparon, encerrándolo en una celda dónde
acabó muriendo a los pocos días. Unos dicen que lo hizo de hambre, otros de
sed, pero yo estoy segura que murió con el corazón destrozado al saber que su
mundo desaparecería.
Cien
años después encontré ese manuscrito y continué la historia. No lo hice sólo
por Marc, también lo hice por mí. Mi mente y mi corazón necesitaban volar lejos
de allí, de un pueblo que no veía más allá de sus propias narices. Si os digo
que la misma mujer que se presentó ante Marc lo hizo también ante mí, ¿me
creeríais? Tal vez no, o tal vez sí. Para los más soñadores, os contaré que
actué de una forma muy distinta a Marc. Cuando cumplí los veinte años, me
marché del pueblo y recurrí a una táctica que en la época de Marc no hubiera
sido posible. Publiqué el libro y llegó a tanta gente que me impresionó la
cantidad de historias que se escribieron a posteriori sobre ese mundo que, un
día, necesitó del sacrificio de un hombre. A día de hoy continúo escribiendo,
pero tengo miedo de que a mi muerte se detenga el devenir de este maravilloso
mundo. Por eso pido a todo aquel que lo desee que deje volar su imaginación,
permitiéndole llegar a mundos inexplorados que necesitan de una mano experta
que les de vida para que nuestros sueños nunca dejen de existir.
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