domingo, 10 de noviembre de 2013

Cuento de Hadas


Llevo varias noches sin poder dormir. Los recuerdos de antaño han vuelto para quedarse. Bajo la luz de las estrellas he decidido plasmar todo aquello que hoy me atormenta como panacea para aliviar mi angustia. Todo comenzó con el descubrimiento que hice cuando tan sólo tenía diez años. Salí a jugar como hacía cada día. Tal vez me alejé más de lo debido, pero no soportaba a los demás niños del pueblo que tenían un modo muy particular de divertirse, con el que no me sentía bien. Bajo el cobijo de las copas de los árboles creaba mi propio mundo, un lugar al que sólo yo podía viajar. Lo dotaba de todo aquello que me gustaba, ignorando las trabas que nos imponían en un mundo que la gente se empeñaba en denominar como real. Mientras dejaba que mi imaginación me guiara por su camino, me di cuenta de que tenía sed. Así que me acerqué a un pequeño riachuelo que corría cerca de allí. Me arrodillé para alcanzar sus aguas cristalinas y sentí algo extraño en mis piernas, como si una parte de la tierra se hubiera endurecido caprichosamente. Busqué con mis manos desnudas y lo que encontré me hizo sentir la niña más afortunada del mundo. De entre la tierra húmeda surgió un pequeño cofre ¿Qué podría haber ahí dentro? ¿Un tesoro?
- ¿Por qué no? – me pregunté. Tal vez el mundo que yo había creado para mí estaba empezando a tomar forma.
Me sorprendió la facilidad con la que logré abrirlo, como si hubiera estado esperando a que yo lo encontrase ese mismo día. Pero dentro no había ningún tesoro, o al menos no estaba repleto de oro y de joyas. Lo que aguardaba pacientemente en el interior era un manuscrito que databa de hacía más de cien años. Imaginaos lo que eso significó para una niña que jamás había salido de su pueblo y que sólo podía leer aquello que los sacerdotes consideraban apropiado para nosotros. Mi pueblo permanece alejado de toda civilización desde que tengo memoria. Se construyó una fuerte muralla alrededor para evitar que ningún intruso se colase en el interior, pero también para que ninguno de sus habitantes pudiese salir de allí. ¿Cuál era el motivo de este encierro? Pues evitar que los peligros y las enfermedades del exterior pudiesen hacernos daño. Al menos eso era lo que nos contaban los sacerdotes, y no nos quedaba más remedio que creer sus palabras. Sin embargo, fue ese manuscrito el que me ayudó a descubrir la verdad.
No era una declaración de derechos ni las memorias de un hombre olvidado por el mundo; era una historia, pero no una cualquiera, era la historia de un mundo imaginado por un hombre que un día soñó con algo mejor, al igual que yo. Marc Thomson. Ése era su nombre. Mi cuerpo comenzó a temblar violentamente cuando comencé mi lectura. Pensaréis que estaba loca, pero cada palabra que mi mente procesaba provocaba un estremecimiento en mi interior, despertando la chispa de un anhelo que guardaba en mi corazón desde hacía mucho tiempo. La noche se cernía sobre el mundo y la oscuridad me impidió continuar. Estuve a punto de devolver el manuscrito a su lugar, pero algo me dijo que debía llevármelo y acabar con la lectura lo antes posible. No me separé de él hasta que devoré cada una de sus páginas. Menuda sorpresa me llevé cuando al final de ese libro el propio Marc Thomson había dejado un mensaje. Tal vez con la esperanza de que alguien lo leyese, con tan mala suerte que nadie lo había hecho hasta aquel día en que decidí alejarme más de la cuenta. Debo admitir que en un principio no creí en sus palabras, incluso mi mente de niña tenía la intención de tildarlo de loco. Por fortuna un rayo de luz se filtró en mi corazón provocando que la comprensión y la curiosidad se adueñaran de mi alma. Estoy segura de que estáis deseando saber qué decía al final de ese manuscrito. No era más que la confesión de un hombre que pedía ayuda a gritos. Marc Thomson afirmó que escribir ese manuscrito lo había conducido a la muerte, porque antes de escribir estas últimas palabras él ya conocía su destino. Me sorprendí al comprobar lo que se parecía a mí. Había creado un mundo imaginario en el que habitaban criaturas surgidas de su imaginación, tan diferentes a los seres humanos como la tierra lo es del agua, pero con tanto en común que era difícil no empatizar con ellos de alguna forma. Marc afirmaba que había creado ese mundo con la intención de permitir a la gente soñar con algo hermoso que los ayudara a continuar su camino con una sonrisa dibujada en sus rostros. Pero sucedió algo que lo cambió todo por completo, un hecho que debió guardar en el más profundo secreto. No lo hizo, quiso compartir su felicidad con sus vecinos, los mismos que lo condujeron al final de su vida.
Una tarde se dispuso a escribir como hacía cada día, pero en esta ocasión decidió hacerlo en un claro del bosque para disfrutar de la paz que le otorgaba la soledad. Todo fluía con normalidad, su pluma se deslizaba por el papel cual pincel en un lienzo. De pronto algo cambió, de las letras comenzó a emanar un extraño brillo sobrenatural que lo obligó a detenerse. Se frotó los ojos pensando que podía deberse al cansancio provocado por las numerosas horas que llevaba escribiendo. Sin embargo el brillo se intensificaba por momentos hasta que del libro surgió una luz potente que se transformó en una figura. Marc dejó caer el libro al suelo y se apartó de él. Quería huir, pero su curiosidad era más fuerte. La figura se convirtió en una mujer que a simple vista parecía humana, pero si prestabas atención, podías darte cuenta de que sus orejas eran más puntiagudas de lo normal, sus ojos tenían la forma de una almendra y brillaban con mucha intensidad. Sus extremidades eran ligeramente más extensas que las de cualquier persona y en su frente tenía grabado un símbolo que parecía una especie de pájaro.
- ¿Quién eres? – preguntó Marc con un hilo de voz.
- Sabes quién soy. Tu mente ha sido la que me ha dado la vida. – la voz de la mujer era melodiosa, como si en lugar de hablar, cantara cada palabra.
- No puede ser… me estoy volviendo loco. – Marc pensaba que su obsesión por ese mundo que había creado estaba llegando al límite. Tal vez debería parar y volver a su mundo, antes de que fuese demasiado tarde.
- Si ni tú mismo crees en lo que ves, ¿cómo pretendes que la gente del pueblo crea en tus palabras?
- Pero no deben creer que tenéis vida, que sois reales, ¿o sí? – preguntó Marc muy confuso.
La mujer suspiró y clavó su penetrante mirada en el desconcertado rostro del pobre Marc.
- No soy real en tu mundo, Marc. Pertenezco a ese otro mundo que has creado para nosotros. Pero existe un problema, y es que tú solo no tienes la fuerza suficiente para mantenerlo con vida eternamente. Necesitamos a más personas como tú que escriban sobre nosotros y construyan nuestra vida y nuestra historia.
- ¿Y qué puedo hacer yo? – la seriedad que estaba adquiriendo el asunto empezó a darle mucho miedo.
- Debes hablar de tu historia, permitir que aquellos que estén interesados la lean y continúen dándole forma a nuestra vida.
Marc lo meditó durante unos instantes. No parecía demasiado complicado, lo único que tenía que hacer era hablar a sus vecinos del libro que estaba escribiendo y exponer la importancia que tenía que ellos aportasen su granito de arena para que el mundo que él había creado con tanto cariño continuara su curso. Y así se lo hizo saber a la mujer. Regresaría al pueblo y cumpliría con su cometido. Había llegado a amar tanto aquel mundo que el mero pensamiento de que algún día pudiese dejar de de existir impregnaba su alma de una angustia indescriptible.
Marc reunió a sus vecinos en la plaza del pueblo y les habló de su libro. Les dio todos los detalles que necesitaban para que al leerlo pudiesen continuar con la historia. Pero Marc cometió un error, un error que pagaría con su propia sangre. Les habló de la mujer, de cómo se había presentado ante él para pedirle este favor. Y el pueblo se alzó ante él llamándolo loco, incluso llegaron a insinuar que podría llegar a ser peligroso. Sus continuos paseos en soledad y su reticencia a hablar con los demás ayudaron a que esta idea se formase en la mente de aquellos que habían compartido su vida con él, de alguna u otra forma. Uno de ellos, aquel hombre que siempre le daba los buenos días cuando pasaba por delante de su panadería, le pidió que se retractase de lo que había dicho y confesase que no había sido más que una broma pesada. Marc continuó haciendo honor a la verdad y reiteró sus palabras. Esa lealtad que mostró hacia aquel mundo que había nacido del lento fluir de su mano sobre aquel papel en blanco lo obligó a huir de allí mientras una masa enfervorecida corría tras él para encerrarlo. Corrió como nunca lo había hecho. Consiguió despistarlos el tiempo suficiente para escribir un último mensaje y enterrar su manuscrito junto al río que fluía cerca del claro dónde la mujer había aparecido hacía tan poco tiempo. Marc intentó marcharse de aquel pueblo que no conseguía abrir su mente, alegando que todo lo que había dicho era un atentado contra la palabra de Dios, y contra eso, nada podía hacer. Lo atraparon, encerrándolo en una celda dónde acabó muriendo a los pocos días. Unos dicen que lo hizo de hambre, otros de sed, pero yo estoy segura que murió con el corazón destrozado al saber que su mundo desaparecería.

Cien años después encontré ese manuscrito y continué la historia. No lo hice sólo por Marc, también lo hice por mí. Mi mente y mi corazón necesitaban volar lejos de allí, de un pueblo que no veía más allá de sus propias narices. Si os digo que la misma mujer que se presentó ante Marc lo hizo también ante mí, ¿me creeríais? Tal vez no, o tal vez sí. Para los más soñadores, os contaré que actué de una forma muy distinta a Marc. Cuando cumplí los veinte años, me marché del pueblo y recurrí a una táctica que en la época de Marc no hubiera sido posible. Publiqué el libro y llegó a tanta gente que me impresionó la cantidad de historias que se escribieron a posteriori sobre ese mundo que, un día, necesitó del sacrificio de un hombre. A día de hoy continúo escribiendo, pero tengo miedo de que a mi muerte se detenga el devenir de este maravilloso mundo. Por eso pido a todo aquel que lo desee que deje volar su imaginación, permitiéndole llegar a mundos inexplorados que necesitan de una mano experta que les de vida para que nuestros sueños nunca dejen de existir.

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