Miraba hacia el horizonte,
impulsada por la esperanza de vislumbrar su figura a lo lejos. En sus manos
sostenía un libro que guardaba una hermosa historia, la historia que había
cambiado su vida para siempre. Hacía tan solo unos días, su vida era
maravillosa. Lo había tenido todo, era realmente feliz, ahora ya no. Tampoco poseía
el valor suficiente para buscar aquello que tanta falta le hacía, lo que tanto
anhelaba. Para entender mejor la historia de Laira, comenzaré a contarla desde
el principio.
Laira vivía en una pequeña
ciudad, al sur del país. Una mañana en la que el frío arreciaba, la joven lo
preparó todo para ir a trabajar. Ayudaba a su padre en una panadería que había
pertenecido a su familia durante generaciones. Antes de que pudiera atravesar
el umbral de la puerta, su padre le comunicó que tenía el día libre.
- ¿Por qué? Hoy no es día de
fiesta. – inquirió Laira desconcertada.
- Lo sé, pero has trabajado
muy duro durante meses y te mereces un descanso. – le dijo su padre con una
sonrisa.
Laira lo comprendió todo. Tres
meses atrás, su madre había caído enferma, así que tanto ella como su padre se
hicieron cargo de del trabajo mientras tanto. Su madre se encontraba mucho
mejor, aunque aún no trabajaba demasiado. De todas formas, su padre tenía
razón, ella necesitaba un descanso. Decidió pasar el día en su lugar favorito:
un pequeño claro en el bosque que rodeaba su pequeña ciudad. Era allí donde se
sentaba para dejar que su imaginación escapara de su cuerpo para impregnar el
papel con maravillosas historias de aventuras en las que ella solía ser la
protagonista. Le gustaba imaginarse como una valiente heroína que viajaba por
todo el mundo salvando a aquellos que se encontraban en peligro.
Lo que ella no sabía era que
ese día iba a ser muy diferente. Al llegar se dio cuenta de que había alguien
allí y estaba… escribiendo. No lo podía creer, le habían robado su lugar. La joven
se acercó al desconocido con mucho cuidado. Éste, al escuchar sus pasos sobre la hierba, giró la
cabeza y la vio. Laira dio un respingo al ser descubierta.
- Hola. – saludó el muchacho con el entrecejo
fruncido.
- ¿Quién eres? Nunca te había visto por aquí. –
inquirió Laira con voz grave.
El muchacho le hizo una señal
a Laira para que tomara asiento junto a él. Ella no se movió de su sitio.
- Vamos, no voy a morderte.
Molesta por el tono que ese
chico había utilizado, Laira se sentó de forma brusca. En el rostro del joven
se dibujó una fina sonrisa al ver su reacción.
- Mi nombre es Jack, soy de
esta ciudad, aunque no suelo venir por aquí. Lo descubrí hace poco. Espero que
no te importe que comparta contigo mis sueños.
- ¿Tus sueños? – preguntó Laira
sin comprender a qué se refería.
- Sí, me gusta plasmar en el
papel aquello que me hace feliz. Veo que tú vienes preparada para lo mismo, ¿o
me equivoco? – preguntó echándole un vistazo a lo que Laira llevaba bajo el
brazo.
La joven suspiró.
- Sí, suelo venir aquí a
escribir, pero me gusta hacerlo en soledad, así que tendré que buscarme otro
lugar.
- ¿Cuál es tu nombre? Te he dicho el mío y tú
no. – preguntó de pronto Jack, ignorando su comentario.
Laura estuvo a punto de no contestar, pero algo en la mirada de aquel joven
se lo impidió. En sus ojos podía percibir una profundidad y determinación que
la desconcertó. Jamás había conocido a nadie con una mirada así.
- Me llamo Laira.
- Un nombre precioso.
Laira sonrió débilmente. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no era capaz de
marcharse de allí? Su corazón latía tan fuerte que temía que Jack se percatara.
- ¿Qué escribes? – la pregunta de Jack sacó a
Laira de su ensimismamiento devolviéndola al presente.
- Pues... escribo historias de
aventuras, de aventuras fantásticas. Pueden parecerte un poco infantiles, pero
no lo son. – contestó un poco seria.
- No me lo puedo creer.
- ¿El
qué?
- Que escribas exactamente lo mismo que yo.
Laira comenzó a reír.
- No hace falta que me tomes
el pelo. A la gente le parecen infantiles, ya estoy acostumbrada a eso, no me
importa lo que pienses. Son historias que me hacen soñar y los sueños son mi
única vía de escape.
- Laira, no me has entendido.
Mira. - Jack le mostró una página de su libro. Laira leyó un poco y se
impresionó al descubrir los personajes de esa historia. Eran elfos, enanos,
hadas, magos.... los mismos personajes que aparecían en las suyas propias -.
Ves cómo no te estaba tomando el pelo. Tienes toda la razón del mundo, son historias
maravillosas y nada infantiles.
- Perdona por no creerte, pero
es que hasta ahora no había conocido a nadie que le gustasen – dijo apartando
la mirada de Jack y clavándola en el suelo. Laira escribía desde que tenía uso
de razón, era algo que le había inculcado su madre.
- Ya lo has hecho. – le informó
Jack mientras cogía su mano con suavidad. Sorprendida ante el contacto del
joven, Laira lo miró -. ¿Qué te parece si escribimos una historia juntos? – le propuso
Jack de pronto.
- ¿Juntos? – preguntó Laira impresionada.
- Claro, estoy seguro de que
tienes mucho talento para eso y sería un honor para mí compartir una historia
contigo, ¿qué me dices?
- Pues... yo…verás… - Laira
vio un profundo anhelo en los ojos del joven -. De acuerdo.
Jack sonrió con ganas. Se pasaron
la tarde hablando sin parar, conociendo los sueños de cada uno y los deseos que
los impulsaban a vivir. Prometieron encontrarse en el claro del bosque cada día
al caer la tarde para forjar la que sería una gran historia, llena de
aventuras, fantasía y amor.
Los días pasaban con una
rapidez asombrosa. En cuanto su padre cerraba la panadería, Laira corría al
claro del bosque para reunirse con Jack. La joven era incapaz de describir lo
que sentía en su interior cuando sus mentes se fusionaban para dar vida a una
sola historia, algo que compartían solos, sin que nadie interfiriese. Los días
dieron paso a los meses y el año llegó sin que ambos se percatasen.
Una tarde de verano, Laira y
Jack miraban al cielo satisfechos. Todo había acabado, la historia había
terminado.
- Nos ha quedado estupenda. -
dijo Jack acariciando su obra que se encontraba en el suelo, entre los dos.
- Creo que ha sido la mejor
historia que he escrito en toda mi vida. – corroboró Laira sin dejar de mirar a
su amigo. Sin saber cómo ni por qué, se había enamorado de él. Durante mucho
tiempo intentó mantener este sentimiento oculto en lo más profundo de su alma,
pero se había escapado sin que ella pudiese hacer nada.
- Me gustaría
que tú la conservaras. – dijo Jack serio.
- Da igual quien la conserve,
vivimos cerca, podemos tenerla los dos. – inquirió la joven extrañada.
- Laira, ya no vamos a vivir cerca.
- ¿Por qué? - Laira se
incorporó al oír las palabras de su amigo
- Tengo que irme de la ciudad.
A mi padre le han destinado a otra y debo ir yo también. No es lo que quiero,
pero no tengo elección. Suerte que nos ha dado tiempo de terminar la
historia. – le informó Jack con pesar.
Laira sintió como algo se
resquebrajaba en su interior. Un gran vacío comenzaba a apoderarse de ella,
apenas podía respirar.
- Llévate la historia. – dijo
la joven sin mirarlo a los ojos. Era incapaz de reunir el valor suficiente.
Jack sacudió la cabeza.
- Quiero que te la quedes tú,
para que no me olvides nunca.
- No me hace falta tener la
historia para no olvidarte, porque sé que eso será imposible. – Laira intentó
contener las lágrimas que amenazaban con escapar.
- Laira, yo… - Jack le
acarició el rostro.
La joven podía sentir cómo el
muchacho se iba acercando a ella lentamente. Al ver la proximidad de sus
rostros, Laira dio un respingo y se levantó de un salto.
- ¿Qué pasa? – preguntó Jack
desconcertado.
- Adiós, Jack. Te deseo lo
mejor. – cogió la novela y se marchó de allí todo lo deprisa que pudo. Podía
oír a Jack gritando su nombre, pero debía ser fuerte y no mirar atrás.
Laira llegó a casa hecha un
mar de lágrimas. Entró en su habitación y dejó escapar todo lo que había
contenido en presencia de Jack. Al poco rato, entró su madre a su habitación.
- Laira, ¿qué ocurre? – le preguntó.
La joven le contó todo desde
el principio. Su madre vio la novela y sonrió.
- Sabes que no se ha marchado
del todo. Mientras poseas esta historia, una parte de Jack estará siempre
contigo.
Laira abrazó a su madre y, por
un momento, se sintió feliz. Aunque esa pequeña felicidad fue menguando con el
paso de los días. Jack se había marchado y ella no había sido capaz de
despedirse. En sus manos siempre llevaba la historia que habían escrito, el
único vínculo que lo uní a él.
Al cabo de poco tiempo, se
armó de valor y se dirigió al claro del bosque con la historia en la mano. Se
sentó y miró el horizonte. No lo quería admitir, pero en el fondo de su corazón,
había albergado la esperanza de
encontrarlo ahí sentado, escribiendo. Recordó su despedida y se maldijo a sí
misma por no haber sido capaz de dejar que la besara, al menos hubiera tenido
un recuerdo maravilloso al que atenerse, pero ahora sólo tenía la historia, una
historia que no olvidaría en toda su vida.
Más de dos horas permaneció
sentada, pensando en ella misma, y en Jack. Sabía que no lo olvidaría jamás,
pero no podía vivir valiéndose tan solo de su recuerdo, porque dolía… y mucho.
Tenía dos opciones, o se volvía a enamorar, cosa poco probable, o iba en su
busca.
El corazón comenzó a latirle
con fuerza. ¿Y si iba en su busca? ¿Qué podía perder? Se incorporó, con la
mirada fija en la lejanía. No estaba dispuesta a resignarse, jamás sabría lo
que él sentía si no lo intentaba.
Al llegar a casa, habló con
sus padres y les contó su propósito. Ambos la apoyaron en su decisión, pues
eran conscientes de que su hija no sería feliz atrapada en esa pequeña ciudad,
un lugar que le otorgaba muy pocas posibilidades. Lo mismo sintió su madre una
vez y no quería que ella pasase por lo mismo.
- Persigue tus sueños, Laira,
y sé feliz.
Al día siguiente, Laira se
marchó de la ciudad. Caminaba sin rumbo fijo, ya que el destino de Jack le era
desconocido. Estaba dispuesta a dejarse llevar por el viento, con la esperanza
de que la llevase hasta él.
Continuará...
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