viernes, 15 de noviembre de 2013

La forja de una gran historia


Miraba hacia el horizonte, impulsada por la esperanza de vislumbrar su figura a lo lejos. En sus manos sostenía un libro que guardaba una hermosa historia, la historia que había cambiado su vida para siempre. Hacía tan solo unos días, su vida era maravillosa. Lo había tenido todo, era realmente feliz, ahora ya no. Tampoco poseía el valor suficiente para buscar aquello que tanta falta le hacía, lo que tanto anhelaba. Para entender mejor la historia de Laira, comenzaré a contarla desde el principio.

Laira vivía en una pequeña ciudad, al sur del país. Una mañana en la que el frío arreciaba, la joven lo preparó todo para ir a trabajar. Ayudaba a su padre en una panadería que había pertenecido a su familia durante generaciones. Antes de que pudiera atravesar el umbral de la puerta, su padre le comunicó que tenía el día libre.
- ¿Por qué? Hoy no es día de fiesta. – inquirió Laira desconcertada.
- Lo sé, pero has trabajado muy duro durante meses y te mereces un descanso. – le dijo su padre con una sonrisa.
Laira lo comprendió todo. Tres meses atrás, su madre había caído enferma, así que tanto ella como su padre se hicieron cargo de del trabajo mientras tanto. Su madre se encontraba mucho mejor, aunque aún no trabajaba demasiado. De todas formas, su padre tenía razón, ella necesitaba un descanso. Decidió pasar el día en su lugar favorito: un pequeño claro en el bosque que rodeaba su pequeña ciudad. Era allí donde se sentaba para dejar que su imaginación escapara de su cuerpo para impregnar el papel con maravillosas historias de aventuras en las que ella solía ser la protagonista. Le gustaba imaginarse como una valiente heroína que viajaba por todo el mundo salvando a aquellos que se encontraban en peligro.
Lo que ella no sabía era que ese día iba a ser muy diferente. Al llegar se dio cuenta de que había alguien allí y estaba… escribiendo. No lo podía creer, le habían robado su lugar. La joven se acercó al desconocido con mucho cuidado. Éste, al escuchar sus pasos sobre la hierba, giró la cabeza y la vio. Laira dio un respingo al ser descubierta.
-  Hola. – saludó el muchacho con el entrecejo fruncido.
-  ¿Quién eres? Nunca te había visto por aquí. – inquirió Laira con voz grave.
El muchacho le hizo una señal a Laira para que tomara asiento junto a él. Ella no se movió de su sitio.
- Vamos, no voy a morderte.
Molesta por el tono que ese chico había utilizado, Laira se sentó de forma brusca. En el rostro del joven se dibujó una fina sonrisa al ver su reacción.
- Mi nombre es Jack, soy de esta ciudad, aunque no suelo venir por aquí. Lo descubrí hace poco. Espero que no te importe que comparta contigo mis sueños.
- ¿Tus sueños? – preguntó Laira sin comprender a qué se refería.
- Sí, me gusta plasmar en el papel aquello que me hace feliz. Veo que tú vienes preparada para lo mismo, ¿o me equivoco? – preguntó echándole un vistazo a lo que Laira llevaba bajo el brazo.
La joven suspiró.
- Sí, suelo venir aquí a escribir, pero me gusta hacerlo en soledad, así que tendré que buscarme otro lugar.
-  ¿Cuál es tu nombre? Te he dicho el mío y tú no. – preguntó de pronto Jack, ignorando su comentario.
Laura estuvo a punto de no contestar, pero algo en la mirada de aquel joven se lo impidió. En sus ojos podía percibir una profundidad y determinación que la desconcertó. Jamás había conocido a nadie con una mirada así.
- Me llamo Laira.
- Un nombre precioso.
Laira sonrió débilmente. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no era capaz de marcharse de allí? Su corazón latía tan fuerte que temía que Jack se percatara.
 - ¿Qué escribes? – la pregunta de Jack sacó a Laira de su ensimismamiento devolviéndola al presente.
- Pues... escribo historias de aventuras, de aventuras fantásticas. Pueden parecerte un poco infantiles, pero no lo son. – contestó un poco seria.
- No me lo puedo creer.
- ¿El qué?
- Que escribas exactamente lo mismo que yo.
Laira comenzó a reír.
- No hace falta que me tomes el pelo. A la gente le parecen infantiles, ya estoy acostumbrada a eso, no me importa lo que pienses. Son historias que me hacen soñar y los sueños son mi única vía de escape.
- Laira, no me has entendido. Mira. - Jack le mostró una página de su libro. Laira leyó un poco y se impresionó al descubrir los personajes de esa historia. Eran elfos, enanos, hadas, magos.... los mismos personajes que aparecían en las suyas propias -. Ves cómo no te estaba tomando el pelo. Tienes toda la razón del mundo, son historias maravillosas y nada infantiles.
- Perdona por no creerte, pero es que hasta ahora no había conocido a nadie que le gustasen – dijo apartando la mirada de Jack y clavándola en el suelo. Laira escribía desde que tenía uso de razón, era algo que le había inculcado su madre.
- Ya lo has hecho. – le informó Jack mientras cogía su mano con suavidad. Sorprendida ante el contacto del joven, Laira lo miró -. ¿Qué te parece si escribimos una historia juntos? – le propuso Jack de pronto.
- ¿Juntos? –  preguntó Laira impresionada.
- Claro, estoy seguro de que tienes mucho talento para eso y sería un honor para mí compartir una historia contigo, ¿qué me dices?
- Pues... yo…verás… - Laira vio un profundo anhelo en los ojos del joven -. De acuerdo.
Jack sonrió con ganas. Se pasaron la tarde hablando sin parar, conociendo los sueños de cada uno y los deseos que los impulsaban a vivir. Prometieron encontrarse en el claro del bosque cada día al caer la tarde para forjar la que sería una gran historia, llena de aventuras, fantasía y amor.
Los días pasaban con una rapidez asombrosa. En cuanto su padre cerraba la panadería, Laira corría al claro del bosque para reunirse con Jack. La joven era incapaz de describir lo que sentía en su interior cuando sus mentes se fusionaban para dar vida a una sola historia, algo que compartían solos, sin que nadie interfiriese. Los días dieron paso a los meses y el año llegó sin que ambos se percatasen.
Una tarde de verano, Laira y Jack miraban al cielo satisfechos. Todo había acabado, la historia había terminado.
- Nos ha quedado estupenda. - dijo Jack acariciando su obra que se encontraba en el suelo, entre los dos.
- Creo que ha sido la mejor historia que he escrito en toda mi vida. – corroboró Laira sin dejar de mirar a su amigo. Sin saber cómo ni por qué, se había enamorado de él. Durante mucho tiempo intentó mantener este sentimiento oculto en lo más profundo de su alma, pero se había escapado sin que ella pudiese hacer nada.
- Me gustaría que tú la conservaras. – dijo Jack serio.
- Da igual quien la conserve, vivimos cerca, podemos tenerla los dos. – inquirió la joven extrañada.
-  Laira, ya no vamos a vivir cerca.
- ¿Por qué? - Laira se incorporó al oír las palabras de su amigo
- Tengo que irme de la ciudad. A mi padre le han destinado a otra y debo ir yo también. No es lo que quiero, pero no tengo elección. Suerte que nos ha dado tiempo de terminar la historia. – le informó Jack con pesar.
Laira sintió como algo se resquebrajaba en su interior. Un gran vacío comenzaba a apoderarse de ella, apenas podía respirar.
- Llévate la historia. – dijo la joven sin mirarlo a los ojos. Era incapaz de reunir el valor suficiente.
Jack sacudió la cabeza.
- Quiero que te la quedes tú, para que no me olvides nunca.
- No me hace falta tener la historia para no olvidarte, porque sé que eso será imposible. – Laira intentó contener las lágrimas que amenazaban con escapar.
- Laira, yo… - Jack le acarició el rostro.
La joven podía sentir cómo el muchacho se iba acercando a ella lentamente. Al ver la proximidad de sus rostros, Laira dio un respingo y se levantó de un salto.
- ¿Qué pasa? – preguntó Jack desconcertado.
- Adiós, Jack. Te deseo lo mejor. – cogió la novela y se marchó de allí todo lo deprisa que pudo. Podía oír a Jack gritando su nombre, pero debía ser fuerte y no mirar atrás.
Laira llegó a casa hecha un mar de lágrimas. Entró en su habitación y dejó escapar todo lo que había contenido en presencia de Jack. Al poco rato, entró su madre a su habitación.
- Laira, ¿qué ocurre? – le preguntó.
La joven le contó todo desde el principio. Su madre vio la novela y sonrió.
- Sabes que no se ha marchado del todo. Mientras poseas esta historia, una parte de Jack estará siempre contigo.
Laira abrazó a su madre y, por un momento, se sintió feliz. Aunque esa pequeña felicidad fue menguando con el paso de los días. Jack se había marchado y ella no había sido capaz de despedirse. En sus manos siempre llevaba la historia que habían escrito, el único vínculo que lo uní a él.
Al cabo de poco tiempo, se armó de valor y se dirigió al claro del bosque con la historia en la mano. Se sentó y miró el horizonte. No lo quería admitir, pero en el fondo de su corazón,  había albergado la esperanza de encontrarlo ahí sentado, escribiendo. Recordó su despedida y se maldijo a sí misma por no haber sido capaz de dejar que la besara, al menos hubiera tenido un recuerdo maravilloso al que atenerse, pero ahora sólo tenía la historia, una historia que no olvidaría en toda su vida.
Más de dos horas permaneció sentada, pensando en ella misma, y en Jack. Sabía que no lo olvidaría jamás, pero no podía vivir valiéndose tan solo de su recuerdo, porque dolía… y mucho. Tenía dos opciones, o se volvía a enamorar, cosa poco probable, o iba en su busca.
El corazón comenzó a latirle con fuerza. ¿Y si iba en su busca? ¿Qué podía perder? Se incorporó, con la mirada fija en la lejanía. No estaba dispuesta a resignarse, jamás sabría lo que él sentía si no lo intentaba.
Al llegar a casa, habló con sus padres y les contó su propósito. Ambos la apoyaron en su decisión, pues eran conscientes de que su hija no sería feliz atrapada en esa pequeña ciudad, un lugar que le otorgaba muy pocas posibilidades. Lo mismo sintió su madre una vez y no quería que ella pasase por lo mismo.
- Persigue tus sueños, Laira, y sé feliz.

Al día siguiente, Laira se marchó de la ciudad. Caminaba sin rumbo fijo, ya que el destino de Jack le era desconocido. Estaba dispuesta a dejarse llevar por el viento, con la esperanza de que la llevase hasta él.

Continuará... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario